Bienvenidos al Blog del Partido Comunista del Municipio Los Guayos

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lunes, 7 de junio de 2010

La Sagrada Familia: El Indice, El prólogo a La Sagrada Familia por Franz Mehring, Introducción por Molitor, Prólogo de Engels y Marx

El Material que estamos subiendo en este nuestro blog, pcvlosguayos.blogspot.com, se consigue en el sitio www.scribd.com; el mismo se encuentra subido como copia del original editado por la editorial Claridad y esta en formato PDF.  Para facilidad de su manejo lo hemos convertido a un formato que nos permitiera tenerlo en este blog. En esta primera entrega estamos subiendo: El Indice, el prólogo a La Sagrada Familia por Franz Mehring, la Introducción por Molitor y un Prólogo de Engels y Marx.

Carlos Marx y Federico Engels 



LA SAGRADA 

FAMILIA 

O CRITICA DE LA CRITICA CRITICA 

Contra Bruno Bauer y Consortes 

PROLOGO DE FRANZ MEHRIKG 

EDITORIAL 

CLARIDAD 

BUENOS AIRES



Versión castellana por 

CARLOS LIACHO 

Primera edición setiembre de 1938 

Segunda edición, abril de 1971 


Derechos de Traducción y Presentación Reservados. 

Impreso en la Argentina. — Printed in Argentine 

Copyright © by EDITORIAL CLARIDAD, S. A. 

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723




5                                                                     Í N D I C E 

LA SAGRADA FAMILIA, por Franz Mehring 9

INTRODUCCIÓN, por Molitor 17

Prólogo de Engels y Marx 19

Capítulo I. — La crítica crítica en la figura de un maestro-encuadernador,

o la crítica crítica bajo los rasgos del señor Reichardt 21

Capítulo II. — La crítica crítica bajo los rasgos de un exportador

de harinas, o la crítica crítica bajo los rasgos del señor Faucher 24

Capítulo III. — La profundidad de la crítica crítica, o la crítica

crítica bajo los rasgos del señor Jungnitz 30

Capítulo IV. — La crítica crítica en tanto que tranquilidad del

conocimiento, o la crítica crítica bajo los rasgos del señor Edgar 32

I. La Unión obrera de Flora Tristán 32

II. Béraud y las prostitutas 33

III. El amor 34

IV. Proudhon 37

Capítulo V. — La crítica crítica mercader de misterios, o la crítica

crítica bajo los rasgos del señor Szeliga 70

I. El misterio de la perversión en la civilización y el misterio

de la privación de todo derecho en el Estado 71

II. El misterio de la construcción especulativa 72

III. El misterio de la sociedad culta 70

IV. El misterio de la honestidad y de la devoción 85

V. El misterio es una chanza 88

VI. Rigoletta 92

VII. El estado social y Los misterios de París 93

Capítulo VI.—La crítica absoluta o la crítica bajo los rasgos

del señor Bruno. I. Primera campaña de la crítica absoluta 95

a) El espíritu y la masa 95

b) La cuestión judía No. 1. Posición de las cuestiones 194

c) Hinrichs No. 1. Alusiones misteriosas a la política, al socialismo y a la filosofía 109

II. Segunda campaña de la crítica absoluta 110

a) Hinrichs No. 2. La crítica y Feuerbach. Condena de la filosofía 110

b) La cuestión judía No. 2. Descubrimientos hechos por la

crítica sobre el socialismo, la jurisprudencia y la política (nacionalidad) 113

III. Tercera campaña de la crítica absoluta 118

a) Autoapologia de la crítica absoluta. Su pasado político 118

b) La cuestión judía No. 3 126

c) Combate crítico contra la Revolución Francesa 139

d) Batalla crítica contra el imperialismo francés 146

e) Derrota final del socialismo 156

f) El ciclo especulativo de la crítica absoluta y la filosofía

de la conciencia de sí 159

Capítulo VII. — La correspondencia de la crítica crítica. I. La masa crítica 167

II. La masa no-crítica y la crítica crítica.

a) La masa empedernida y la masa insatisfecha 172

b) La masa sensible y ávida de liberación 175

c) Irrupción de la gracia en la masa 177

III. La masa crítica no-crítica, o la crítica y la sociedad Berlinesa 178

Capítulo VIII. — La vida terrestre y la trasfiguración de la crítica

crítica, o la crítica crítica bajo los rasgos de Rodolfo, príncipe de Gerolstein 186

I. Transformación crítica de un carnicero en perro, o el Chourineur 187

II. Revelación de los misterios de la religión crítica.

a) La Flor de María especulativa 190

b) Flor de María 192

III. Revelación de los misterios de los derechos.

a) El maestro de escuela o la nueva teoría del castigo.

El misterio revelado del sistema celular. Misterios medicinales 202

b) Recompensa y penas. La doble justicia 213

c) Cuadro de la justicia crítica completa 215

IV." Supresión de los depravados en la civilización y de la ilegalidad en el Estado 216

V. El misterio revelado de los puntos de vista 217

VI. Revelación del misterio de la utilización del amor humano,

o Clemencia de Harville 219

VII. Revelación del misterio de la emancipación de las mujeres o Luisa Morel 221

VIII. Revelación de los misterios de la economía política.

a) Revelación teórica de los misterios de la economía política 223

b) El banco de los pobres 224

c) La granja modelo de Bouqueval 226

IX. Rodolfo, revelación del misterio de todos los misterios 227

Capítulo IX. — El juicio final de la crítica 237

LA CRÍTICA MORALIZANTE O LA MORAL CRÍTICA

Contribución a la historia de la civilización alemana, contra Carlos Heinzen 241

9                                                   PROLOGO A LA SAGRADA FAMILIA 

El primer trabajo que Marx y Engels realizaron juntos para resolver sus dudas filosóficas, adquirió la forma de una polémica contra la Literaturzeitung (Gaceta Literaria), que Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert editaban en Charlottenburg, desde diciembre de 1843. 

En este periódico, los "libres" de Berlín trataban de fundamentar su ideario, o lo que ellos llamaban su ideario. Bruno Bauer fue invitado por Froebel a colaborar en los "Anales franco-alemanes" (Deutsche-Franzosische Jahrbücher), pero después de muchas cavilaciones, se abstuvo; al tomar esta decisión no se limitaba a ser fiel a su propia conciencia filosófica: también se debía a que Marx y Ruge habían herido sensiblemente a su conciencia personal. Sus mordaces alusiones a la Rheinische Zeitung (Gaceta del Rhin), de "santa memoria", a los "radicales" y a los "listos del año 1842", etc., tenían un fondo justo, a pesar de todo. La rapidez y la facilidad con que la reacción romántica destruyó los Anales alemanes y la Gacela del Rhin, en cuanto estos órganos dejaron la filosofía para pasarse a la política, y la absoluta indiferencia con que la "masa" contempló este "ametrallamiento" del "espíritu", arraigaron en Bauer la convicción que por este camino no se iba a ninguna parte. Para él, la salvación estaba en retornar a la filosofía pura, a la teoría pura, a la crítica pura; y, efectivamente, nada ni nadie se opondría a este plan de levantar un gobierno omnipotente del mundo en la esfera de las nubes ideológicas. 

El programa de la Literaturzeitung, en lo que tenía de concreto, está expresado en estas palabras de Bruno Bauer: "Hasta aquí, todas las grandes acciones de la historia fracasaron desde el primer momento y pasaron sin dejar detrás ninguna huella profunda, por el interés y por el entusiasmo que la masa ponía en ellas; otras veces, acabaron de un modo lamentable porque la idea que albergaban era tal, que por fuerza tenían que contentarse con una reflexión superficial, no pudiendo, por lo tanto, concebirse sin el aplauso de la masa". El abismo entre el "espíritu" y la "masa" era el constante leitmotiv que aparecía en la labor de este periódico. Para la Literaturzeitung, según sus propias palabras, el espíritu sólo tenía un enemigo, que ya conocía: las ilusiones y la superficialidad de la masa.

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Por lo tanto, no hay que extrañarse que el periódico de Bauer, con esta ideología, juzgue despectivamente todos los movimientos de "masa" de la época, el cristianismo y el judaísmo, el pauperismo y el socialismo, la revolución francesa y la industria inglesa. La semblanza que Engels trazó de esta publicación es casi cortés: "Es y seguirá siendo —escribía retratando al periódico— una anciana, la filosofía de Hegel viuda y marchita, que cubre de adornos y afeites su cuerpo reseco, reducido a la abstracción más repelente, y que con amorosas miradas busca un pretendiente por toda Alemania". En realidad, lo que hacía era llevar al absurdo la filosofía hegeliana. Hegel, que hacía cobrar conciencia al espíritu absoluto únicamente en el filósofo a posteriori como espíritu universal y creador, venía a decir, en el fondo, que este espíritu absoluto hacía de la historia un reflejo proyectado en la imaginación, y se precavía cuidadosamente contra el equívoco de considerar como espíritu absoluto al propio individuo filosófico. Los Bauer y sus secuaces se tenían por encarnación personal de la crítica, del espíritu absoluto, que obraba en ellos y gracias a ellos, en oposición consciente al resto de la humanidad: la virtud del espíritu universal. Por fuerza, esta nubecilla tenía que disiparse rápidamente, aún en la atmósfera filosófica de Alemania. La Allgemeine Literaturzeitung no halló gran acogida, ni siquiera en el sector de los "libres"; no colaboraban en ella ni Koppen, muy retraído por lo demás; ni Stirner, quien, lejos de ayudarla, conspiraba contra ella; tampoco se consiguió la colaboración de Meyen ni de Rutemberg, y los Bauer tuvieron que conformarse, salvo la excepción única de Faucher, con firmas de segundo y tercer orden, como la de un tal Jungnitz y la pseudónima de Sziliga, perteneciente a un oficial prusiano llamado von Zychlinsky, muerto en el año 1900, siendo general de infantería. Sin dejar huellas, toda esta fantasmagoría se vino a tierra antes de pasar un año. El periódico de Bauer no sólo estaba muerto, sino que había caído en el más completo olvido, cuando Marx y Engels salieron a la palestra de la publicidad para darle batalla. Este hecho no favoreció gran cosa a su primera obra de colaboración, aquella "crítica de la crítica crítica", como hubieran de bautizarla en un principio, cambiándole luego el título por el de La Sagrada Familia, a propuesta del editor. Los adversarios se burlaban inmediatamente de ellos, diciendo que venían a matar lo que estaba ya muerto y enterrado, y también Engels, al recibir el libro ya impreso, opinaba que estaba muy bien, pero que era excesi-

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vamente voluminoso; que el soberano desprecio con que en él se trataba a la crítica crítica contrastaba visiblemente con los veintidós pliegos del volumen, y que la mayoría de sus páginas serían incomprensibles para el público y no interesarían, en general. Todos estos reparos son ahora, naturalmente, mucho más fundados que en el momento de editarse el libro; en cambio, éste tiene hoy, con el tiempo transcurrido, un encanto que difícilmente podía percibirse en el momento de su publicación o que por lo menos no podía percibirse al modo de hoy. Después de censurar todas las sutilezas escolásticas, los retorcimientos de palabras e incluso los retorcimientos monstruosos del pensamiento de la obra, un crítico moderno afirma que en ella se encuentran algunas de las más bellas revelaciones del genio, que él pone, por la maestría de la forma, por la concisión apretada y broncínea del lenguaje, entre las páginas más maravillosas que jamás salieron de la pluma de Marx. En estas partes de la obra, Marx se nos revela como maestro de aquella crítica productiva que sustituye la figuración ideológica por el hecho positivo, que crea destruyendo y construye derribando. A los tópicos críticos de Bruno Bauer contra el materialismo francés y la revolución francesa, Marx opone unos esbozos brillantísimos de estas manifestaciones históricas. Saliendo al paso de las charlatanerías de Bruno Bauer acerca del divorcio entre el "espíritu" y la "masa", "la idea" y el "interés", Marx contesta fríamente: "La idea ha quedado en ridículo siempre que se ha querido separar del interés". "Todo interés de masa históricamente triunfante —continúa Marx— ha sabido siempre, al pisar la escena del mundo en forma de idea o de representación, trascender de sus verdaderos límites para confundirse con el interés humano general. Esta ilusión forma lo que Fourier llama el tono de cada época histórica. El interés de la burguesía en la revolución de 1789, lejos de "fracasar", lo "conquistó" todo y alcanzó el "triunfo más completo", pese a lo mucho que desde entonces se ha disipado el "pathos" y a lo que se han marchitado las flores "entusiastas" con que este interés enguirnaldó su cuna. Tan potente era, que arrolló victoriosamente la pluma de un Marat, la guillotina de los terroristas, la espada de Napoleón y el crucifijo y la sangre azul de los Borbones". "En 1830 —prosigue— la burguesía realizó sus deseos de 1789, si bien con una diferencia: estando terminada su formación política, la burguesía liberal no vio ya en el Estado representativo y constitucional el ideal del Estado, y no creyó ya —realizándolo— perseguir la salvación del

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mundo y de sus objetivos generales y humanos; por el contrario, había reconocido en él la expresión oficial de su poder exclusivo y el reconocimiento político de su interés particular. La revolución no había fracasado más que para aquella masa que no abrigaba, bajo la idea política, la idea de su interés real, cuyo verdadero principio de vida no coincidía, por lo tanto, con el principio de vida de la revolución, cuyas condiciones reales de emancipación diferían substancialmente de las condiciones bajo las cuales querían emanciparse la burguesía y la sociedad en general". 

A la afirmación de Bruno Bauer de que el Estado mantenía en cohesión a los átomos de la sociedad burguesa, Marx replicaba que lo que los mantenían unidos era el ser átomos solamente en la imaginación, en el cielo irreal en que se proyectaban, pero siendo en la realidad algo radicalmente distinto de los átomos; no egoístas divinos sino hombres egoístas. "Sólo la superstición política se imagina hoy que la vida social necesita del Estado para mantenerse en cohesión, cuando en realidad es el Estado el que debe su cohesión a la vida social". Y recogiendo las manifestaciones despectivas de Bruno Bauer con respecto a la importancia, de la industria y la naturaleza para la ciencia histórica, Marx le pregunta si es que la "crítica crítica" creía poder siquiera plantear el conocimiento de la realidad histórica dejando al margen del movimiento histórico la actitud teórico-práctica del hombre ante la naturaleza, ante las ciencias naturales y la industria. "Del mismo modo que separan el pensar de los sentidos, el alma del cuerpo, separan la historia de las ciencias naturales y de la industria, para ir a buscar la cuna de la historia, no a la tosca producción natural de la tierra, sino al reino vaporoso de las nubes, al cielo". La defensa que Marx hace de la Revolución Francesa frente a la "crítica crítica", la asume Engels en lo tocante a la industria inglesa. Para ello tenía que habérselas con el joven Faucher, el único de los colaboradores del periódico de Bauer que daba un poco de importancia a la realidad terrena; y es divertido ver con qué justeza analizaba entonces aquella ley capitalista del salario que, veinte años más tarde, al aparecer en escena Lassalle, había de repudiar como un producto satánico, calificándola de "podrida ley ricardiana". A pesar de las muchas fallas graves que Engels hubo de descubrirle —Faucher ignoraba, por ejemplo, en el año 1844, que en 1824 habían sido derogadas las prohibiciones inglesas contra la libertad de coalición—, tampoco dejaba de incurrir en ciertos excesos escolas

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ticos, y hasta caía en un error substancial, si bien era muy distinto al de Faucher. Este se burlaba de la ley sobre la jornada de diez horas de lord Ashley, calificándola de "medida de ambiente", que no clavaba el hacha en ninguna de las raíces del árbol; Engels la tenía, con "toda la poderosa masa de Inglaterra", por la expresión, muy moderada por cierto, de un principio absolutamente radical, puesto que no sólo ponía, sino que clavaba muy hondo el hacha en la raíz del comercio exterior, lo que equivalía a clavarla en la raíz del sistema fabril. Engels, y con él Marx, veía por entonces en el bill de lord Ashley la tentativa de poner a la gran industria una traba reaccionaria, que la sociedad capitalista se encargaría de hacer saltar cuantas veces tropezase con ella. 

Engels y Marx no se habían despojado aún completamente de su pasado filosófico; ya en las primeras líneas del prólogo les vemos oponer el "humanismo real" de Feuerbach al idealismo especulativo de Bruno Bauer. Reconocen sin reservas las geniales doctrinas de Feuerbach y su gran mérito al esbozar magistralmente los rasgos capitales de la crítica de toda metafísica, poniendo al hombre en el sitio que ocupaba el viejo fárrago, sin excluir la infinita conciencia de sí mismo. Pero se les veía dejar atrás, una y otra vez, el humanismo de Feuerbach para avanzar hacia .el socialismo, para pasar del hombre abstracto al hombre histórico; y es maravillosa la agudeza perceptiva con que saben orientarse entre el caótico oleaje del socialismo. Ponen al desnudo el secreto de los devaneos socialistas en que se entretiene la burguesía satisfecha. Incluso la miseria humana, esa miseria infinita condenada a la mendicidad, le sirve a la aristocracia del dinero y de la cultura, de juguete para divertirse, de medio para satisfacer su amor propio, para cosquillear en su soberbia y su vanidad. No otra explicación tienen las interminables ligas de beneficencia de Alemania, las sociedades de beneficencia de Francia, los quijotismos filantrópicos de Inglaterra, los conciertos, los bailes, las representaciones teatrales, las comidas para pobres y hasta las suscripciones públicas a favor de los damnificados por catástrofes y accidentes. Entre los grandes utopistas, es Fourier quien más aporta al acervo especulativo de la "Sagrada Familia". Pero Engels distingue ya entre Fourier y el fourierismo; y dice que aquel fourierismo aguado que predicaba la "democracia pacífica" no era más que la teoría social de una parte de la burguesía filantrópica. Tanto él como Marx hacen hincapié en lo que jamás habían sabido comprender ni los

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grandes utopistas: en el desarrollo histórico y en el movimiento autónomo de la clase obrera. Replicando a Edgar Bauer, escribe Engels: "La crítica no crea nada, es el obrero quien lo crea todo, hasta el punto de avergonzar a toda la crítica, en lo referente a sus frutos espirituales; de ello pueden dar testimonio los obreros ingleses y franceses". Y Marx demuestra que no existe tal divorcio irreductible entre el "espíritu" y la "masa", observando, entre otras cosas, que a la crítica comunista de los utopistas había respondido inmediatamente en el terreno práctico, el movimiento de la gran masa; había que conocer —decía—, el estudio, el afán de saber, la energía moral, el hambre insaciable de progreso de los obreros franceses e ingleses, para tener una idea de toda la nobleza humana de este movimiento. 

Sentado esto, es fácil comprender, pues, que Marx no podía dejar pasar sin una calurosa repulsa aquella deplorable traducción y aquel comentario, todavía más deplorable, con que Edgar Bauer había calumniado a Proudhon desde las columnas de su periódico. Naturalmente es una argucia académica eso de que Marx, en La Sagrada Familia, glorificase al mismo Proudhon a quien, al cabo de dos años, había de criticar tan duramente. Marx limitábase a protestar de que el chismorreo de Edgar Bauer desfigurase las verdaderas ideas de Proudhon, ideas que él consideraba tan innovadoras en el terreno económico como las de Bruno Bauer en el terreno teológico. Lo cual no era obstáculo para que pusiese de relieve la limitación de uno y otro, cada cual en su campo. Proudhon consideraba la propiedad como una contradicción lógica, desde el punto de vista de la Economía burguesa. Marx, en cambio, afirmaba: "La propiedad privada, como tal propiedad privada, como riqueza, se ve forzada a sostenerse a sí misma en pie, manteniendo con ello en pie a su antítesis, el proletariado. He aquí el lado positivo de la antítesis: la propiedad privada, que encuentra en sí misma su propia satisfacción. Por su parte, el proletariado, como tal proletariado, se ve obligado a superarse a sí mismo, superando con ello la antítesis que le condiciona y le hace ser lo que es. He aquí el lado negativo de la antítesis: su inestabilidad intrínseca, la propiedad privada corroída y corrosiva. De los dos términos de esta antítesis, el propietario privado es, por lo tanto, el partido conservador; el proletariado, el partido destructivo. De aquél arranca la acción encaminada a mantener la antítesis; de éste, la acción encaminada a destruirla. Es cierto que la propiedad privada se

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impulsa a sí misma, en su dinámica económica, a su propia disolución, pero es por un proceso independiente de ella, inconsciente, ajeno a su voluntad, informado por la lógica de las cosas, pues ésta le lleva a engendrar el proletariado como tal proletariado, es decir, a la miseria consciente de su miseria física y espiritual, consciente de su degradación humana, con la cual supera ya su propia degradación. El proletariado no hace más que ejecutar la sentencia que la propiedad privada decreta contra sí misma al engendrar el proletariado, como ejecuta también la que el trabajo asalariado decreta contra sí mismo al engendrar la riqueza ajena y la miseria propia. El proletariado, al triunfar, no se erige, ni mucho menos, en dueño y señor absoluto de la sociedad, pues si triunfa es a costa de destruirse a sí mismo y a su enemigo. Con su triunfo, el proletariado desaparece, como desaparece la antítesis que le condiciona, la propiedad privada." Marx se defiende terminantemente de la objeción que se le hace de convertir a los proletarios en dioses, al asignarles esta misión histórica. "¡Todo lo contrario! El proletariado puede y debe necesariamente emanciparse a sí mismo, porque en él, en el proletariado culto, se ha consumado prácticamente la abstracción de toda humanidad, incluso de toda apariencia de humanidad, porque en las condiciones de vida del proletariado cobran su expresión más inhumana todas las condiciones de vida de la actual sociedad, porque el hombre, en su seno, se ha perdido a sí mismo, pero conquistando al mismo tiempo, no sólo la conciencia teórica de esa pérdida, sino también, directamente, por imperio de una necesidad absolutamente coercitiva, imposible de esquivar, el deber y la decisión —expresión práctica de la necesidad— de alzarse contra esa situación inhumana. Pero el proletariado no puede emanciparse sin superar sus propias condiciones de vida. Y no puede superar sus propias condiciones de vida, sin superar, al mismo tiempo, todas las condiciones inhumanas de vida de la sociedad que se cifran y compendian en su situación. No en vano tiene que pasar por la dura, pero forjadora escuela del trabajo. No se trata de saber qué es lo que tal o cual proletario, ni aun el proletariado en bloque, se proponga momentáneamente como meta. De lo que se trata es de saber qué es el proletariado y qué misión histórica se le impone por imperio de su propio ser; su meta y su acción histórica están visibles e irrevocablemente predeterminadas por la propia situación de su vida y por toda la organización de la sociedad burguesa actual." Y Marx insiste una y otra vez

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en afirmar que una gran parte del proletariado inglés y francés tiene ya conciencia de su misión histórica y que labora incansablemente por llevar a esta conciencia la más completa claridad. 

Junto a pasajes verdes y lozanos de que mana rebosante la vida, La Sagrada Familia contiene también trechos resecos y agostados. Hay capítulos, principalmente los dos largos capítulos consagrados a analizar la increíble sabiduría del honorable señor Szeliga, que someten a dura prueba la paciencia del lector. Si queremos formarnos un juicio de esta obra, debemos tener presente que se trata, a todas luces, de una improvisación. Coincidiendo con los días en que Marx y Engels se conocieron personalmente, llegó a París el cuaderno octavo de la publicación de Bauer, en que éste, aunque de modo encubierto, no por ello menos mordaz, combatía las ideas expuestas por ambos en los "Anales franco-alemanes". Entonces se les ocurrió seguramente la idea de contestar al antiguo amigo en un tono alegre y burlesco, con un pequeño panfleto que habría de aparecer rápidamente. Así parece indicarlo el que Engels escribiese inmediatamente su parte, que abarcaba menos de un pliego impreso, quedándose asombrado cuando supo que Marx había convertido el folleto en una obra de veinte pliegos; le parecía "curioso" y "cómico" que, siendo tan pequeña su aportación, su nombre figurase en la portada del libro, y hasta en primer lugar. Marx debió acometer el trabajo a su manera, concienzudamente, como todo lo que hacía, faltándole seguramente, según la conocida y hasta verdadera frase, tiempo para ser breve. Cabe también suponer que se extendiese todo lo posible para acogerse a la liberación de la censura de que gozaban los libros de más de veinte pliegos. 

Por lo demás, los autores anunciaron esta polémica como precursora de otras obras en las que cada uno por su cuenta, fijarían su actitud ante las nuevas doctrinas filosóficas y sociales. Cuan seriamente lo prometían, lo demuestra el hecho de que Engels tenía ya terminado el original de la primera de estas obras a que se aludía al recibir el primer ejemplar impreso de La Sagrada Familia. 

FRANZ MEHRING. 

(Del Cap. III, de "Carlos Marx, historia de su vida". FRANZ MEHRING.) 


17                                                     I N T R O D U C C I O N 

En su órgano Die Allgemeine Literaturzeitung, fundado en Charlottenburg en 1843, Bruno Bauer resolvió atacar, a fines de 1844, a sus antiguos amigos Engels y Marx e insistir particularmente sobre los puntos que podían dividirlos. Reunidos en París, donde pasaron juntos una decena de días, en setiembre de 1844, los dos amigos, después de conocer esas elucubraciones bastante insignificantes, resolvieron contestarlas brevemente. 

Aun antes de abandonar París, Engels redactó los pocos pasajes que constituyen su parte en este trabajo en común, el más extenso que poseemos de ellos para este período: Capítulos I, II, III, IV (parágrafos 1 y 2), VI (parágrafo 2). En cuanto a Marx, arrastrado por su temperamento combativo, deseoso además de aprovechar esta oportunidad para tomar posiciones claras frente a diversas cuestiones, quizá también para escapar a la censura dando a su trabajo más de veinte pliegos de impresión, hizo del pequeño panfleto proyectado un verdadero volumen. 

El título primitivo debía ser Crítica de la crítica crítica, contra Bruno Bauer y consortes. En el momento en que la obra iba a aparecer en Francfort, a fines de enero de 1845, el editor, doctor Lowenthal, escribió a Marx: "Además, quisiera saber claramente lo que haya de cierto en el fondo del rumor que me ha llegado a los oídos en estos últimos días: usted estaría realizando un libro contra B. Bauer, titulado La Sagrada Familia. ¿No se habrá hecho una confusión entre ese pretendido libro y el que tenemos en prensa, y cuyo fondo es absolutamente el mismo?" Y Lowenthal pedía autorización para reemplazar el primer título por el segundo, "más llamativo, más epigramático". Marx dio su consentimiento. 

Una vez más, en su, Marx aparecía ocupando el primer puesto, y Engels se reducía demasiado voluntariamente, por exceso de modestia. "Me asombra, es verdad, que hayas extendido la Crítica crítica a veinte pliegos", escribe primero. Luego agrega, algunas semanas más tarde: "El título, La Sagrada Familia, me valdrá probablemente algunos disgustos con mi muy piadoso padre, que en este momento está pasablemente furioso; pero, naturalmente, tú no podías saberlo." Finalmente, el 17 de marzo de 1845, Engels hace conocer su impresión, su juicio y sus aprensiones: "La Crítica crítica —creo haber comunicado ya que la recibí— es fa-

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mosa. Todo lo que escribes sobre la cuestión judía, la historia del materialismo y los misterios es soberbio, y su efecto será excelente. Sin embargo, el trabajo es demasiado voluminoso. Dado el soberano desprecio que le dedicamos a la Literaturzeitung, la gente se sorprenderá viéndonos consagrarle veintidós hojas de impresión. Además, la mayoría de las explicaciones relativas a la especulación y al ser abstracto, permanecerán ininteligibles para la gran -masa, y no le interesarán. Aparte de esto, el libro es de una factura espléndida y hace morir de risa". 

A pesar de todo, el lector puede hallar provecho en la lectura de estas páginas, pero a condición de que conozca la época en que fueron escritas. Para facilitarle esta tarea, hemos creído necesario poner algunas notas explicativas al comienzo de cada capítulo, e incluso de algunos párrafos. 

J. MOLITOR 


19                                                         P R O L O G O 

En Alemania, el humanismo realista no tiene enemigo más peligroso que el espiritualismo o idealismo especulativo que, en lugar del hombre individual real, pone la "conciencia" o el "espíritu", y enseña con el evangelista: El espíritu vivifica, el cuerpo no sirve para nada. Claro está que este espíritu sin cuerpo es espíritu solamente en la imaginación. Precisamente combatimos en la crítica de Bauer la especulación que se reproduce en forma de caricatura. Es a nuestros ojos la expresión más perfecta del principio germano-cristiano, que hace su última tentativa, transformando la crítica misma en un poder transcendental. 

Nuestra exposición se relaciona preferentemente a la Allgemeine Literaturzeitung de Bauer —cuyos ocho primeros números tenemos a la vista—, porque la crítica de Bruno Bauer y, por consecuencia, la inepcia de la especulación alemana en general, alcanzan allí su apogeo. La crítica crítica (la crítica de la Literaturzeitung) es tanto más instructiva en cuanto que ella da a la deformación de la realidad por medio de la filosofía, el ritmo terminado de una comedia muy documental. Ved, por ejemplo, a Faucher y Szeliga. La Literaturzeitung nos surte de los materiales que pueden servir para hacer comprender, incluso al gran público, las ilusiones de la filosofía especulativa. Tal es la finalidad de nuestro trabajo. Nuestra exposición, naturalmente, está en función de su tema. La crítica crítica se encuentra, en general, por debajo del nivel ya alcanzado por el desenvolvimiento teórico alemán. La naturaleza de nuestro tema justifica, pues, el que no insistamos aquí más extensamente sobre este desenvolvimiento. 

La crítica crítica más bien nos obliga a hacer valer contra ella los resultados ya adquiridos. 

Esta polémica es, a nuestros ojos, en consecuencia, el prólogo de trabajos personales en los que, cada uno por su cuenta, naturalmente, expondremos nuestra opinión positiva y, por lo tanto, nuestra posición positiva frente a las doctrinas filosóficas y sociales modernas. 

ENGELS-MARX. 

París, setiembre de 1844.

1 comentario:

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