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miércoles, 16 de diciembre de 2009

El Salario Bajo El Capitalismo. Tomado del Manual de "Economía Política Capitalismo"

El material que estamos presentando en este nuestro sitio pcvlosguayos.blogspot.com lo hemos tomado del Manual de "Economía Política Capitalismo", redactado por un grupo de autores encabezado por el académico A. Rumiántsev. Editorial Progreso Moscú 1.985, la primera edición en español fue en 1.980 y en ruso en 1.976. Traducido del ruso por L. Vládov. El Manual no se consigue en la red, por lo que hemos digitalizado este capitulo, El Salario Bajo El Capitalismo, como parte de la contribución que queremos hacer en los momentos en que en nuestro país, Venezuela, el partido comunista ha tomado la iniciativa de impulsar la redacción de una nueva Ley Orgánica del Trabajo.






CAPITULO VII   EL SALARIO BAJO
                            EL CAPITALISMO



        La teoría del salario, parte orgánica e integrante de la doctrina de Marx sobre la plusvalía, viene argumentada profundamente en El Capital, donde se revela el misterio de la transformación del valor y, correlativamente, del precio de la fuerza de trabajo en salario. La teoría de Marx explica tanto las leyes de dicha transformación como las leyes del movimiento del salario, las funciones específicas que cumple en el proceso de la producción capitalista, su papel como medio de incremento de la explotación de la clase obrera y, a la vez, como medio de disimulo de esta explotación.

§ 1.
ESENCIA DEL SALARIO
EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA

                                       EL CARÁCTER DEL SALARIO
                                       BAJO EL CAPITALISMO

        La explotación de los trabajadores por las clases dominantes en las sociedades esclavista y feudal no se encubría. La apropiación del producto del trabajo ajeno por el esclavista o el señor feudal se practicaba en la forma más abierta posible: el producto se arrebataba abiertamente al productor.
        Muy otra cosa es la sociedad capitalista. Aquí la explotación de la clase obrera por los capitalistas viene disimulada cuidadosamente. La apropiación del producto del trabajo no retribuido del obrero viene disimulada por la forma ilusoria del salario. Exteriormente se crea la impresión de que el obrero vende al capitalista su trabajo y que el trabajo en la empresa capitalista se remunera íntegramente. Esa ilusión se crea, ante todo, porque el capitalista no le paga al obrero el salario en el momento de la contrata, sino sólo después de que el obrero invierte cierta cantidad de trabajo. Por tanto, en la superficie de la sociedad burguesa, el salario se presenta como precio del trabajo, es decir, como cierta cantidad de dinero que el capitalista paga al obrero por cierta cantidad de trabajo de éste.
        En realidad, por su propia naturaleza, el trabajo no puede ser mercancía, por lo cual no puede ser objeto de compraventa. Para poder ser vendido en el mercado como mercancía, el trabajo debería existir antes de dicha venta. Ahora bien, si el obrero pudiese dar a su trabajo una existencia independiente vendería la mercancía creada por su trabajo, y no el trabajo. Si el trabajo fuese mercancía debería tener su valor, lo mismo que cualquier mercancía. Pero el trabajo es precisamente la fuente y la medida de los valores. Precisamente por eso no posee valor, al igual que, digamos, el peso, que, siendo propiedad de los cuerpos físicos, no posee peso propio.
        En efecto, de admitir que el trabajo posee valor, surge la pregunta: ¿cómo se puede medirlo? ¿Con el valor del producto en el que se materializa el trabajo? Empero, como se ha probado en el capítulo V, el valor de la mercancía es el que se mide con ayuda de la cantidad de trabajo invertido en su producción. Resulta que el valor del trabajo se mide con ayuda del trabajo, lo que no es otra cosa que una tautología. Además, si el valor del trabajo se midiese realmente con el valor del producto creado por él, el obrero debería percibir en forma de salario por su trabajo todo el valor creado. Entonces, en manos del capitalista no quedaría sobrante alguno de valor por encima del salario abonado al obrero, y la producción capitalista, privada de su móvil —la posibilidad de sacar plusvalía— perdería todo sentido y sería imposible. Y admitir que el trabajo, aun siendo mercancía, pero, a diferencia de todas las demás mercancías, se vende por debajo de su valor, seria entrar en contradicción con la teoría del valor por el trabajo. Por consiguiente, la afirmación de que el trabajo es una mercancía se contradice con la ley del valor y la ley de la plusvalía.
        En realidad, en el mercado no es el trabajo que se enfrenta con el propietario del dinero, sino el obrero, privado de los medios de producción y forzado por eso a vender su único patrimonio: la fuerza de trabajo. Cuando su trabajo comienza ya deja de pertenecerle al obrero y, por tanto, no puede ser vendido.

                                   TRANFORMACION DEL VALOR
                                   Y DEL PRECIO DE LA FUERZA
                                   DE TRABAJO EN SALARIO

        Como se ha mostrado en el capítulo VI, el obrero reproduce en el proceso del trabajo el valor de su fuerza de trabajo y, además, crea plusvalía, de la que se apropia gratuitamente el capitalista. Bajo la forma del salario, el capitalista repone nada más que una parte del valor que ha creado el obrero, precisamente la parte que equivale al valor de su fuerza de trabajo. La parte restante del valor recién creado forma la plusvalía. Por consiguiente, visto que en forma de salario, el capitalista retribuye el valor de la fuerza de trabajo gastada por el obrero en el proceso del trabajo, el salario es otra encarnación, otra forma del valor de la fuerza de trabajo.
        El valor de la fuerza de trabajo expresado en dinero es el precio de la fuerza de trabajo. Exteriormente, ese valor reviste la forma de salario, o sea, de precio del trabajo. Por consiguiente, el precio del trabajo, el salario, es bajo el capitalismo una forma metamorfoseada del valor, y por tanto, del precio de la mercancía específica que es la fuerza de trabajo.
        Como se ha dicho ya, el capitalista paga al obrero el valor de su fuerza de trabajo después de cumplirse éste, y no antes. Así, el obrero anticipa, de hecho, su trabajo al capitalista. Antes de cobrar en forma de salario el valor de su fuerza de trabajo, el obrero debe entregar al capitalista cierta cantidad de trabajo, incluido el plustrabajo. Y las inversiones de trabajo se miden, como es sabido, con ayuda del tiempo de trabajo. Por consiguiente, cierto tiempo de funcionamiento productivo de la fuerza de trabajo se erige en condición de pago de su valor. Por eso determinado período de tiempo de trabajo expresado en horas y correspondiente a las condiciones concretas de una determinada duración de la jornada, se equipara, prácticamente, al valor de la fuerza de trabajo que funciona durante ese período. Por ejemplo, el valor diario de la fuerza de trabajo igual a 6 dólares se equipara a 8 horas de trabajo. De esa manera, el trabajo, es decir, el funcionamiento productivo de la fuerza de trabajo durante 8 horas se valora en 6 dólares.
        Así, el valor y el precio de la fuerza de trabajo adquieren en la superficie de los fenómenos de la sociedad burguesa la forma de precio de su función, es decir, de precio del trabajo. Y el precio del trabajo sirve de base para el cálculo del salario.
        El precio del trabajo es una expresión imaginaria e irracional como el precio de cualquier mercancía que no es producto del trabajo humano, como, por ejemplo, el precio de la tierra. Como es sabido, el precio es la expresión monetaria del valor de la mercancía, y el trabajo no tiene valor, por lo cual no puede tener precio. Pero esas categorías irracionales, como el precio del trabajo, el precio de la tierra, etc., se desprenden, como decía Marx, de las propias relaciones de producción de la sociedad burguesa. Lo que se oculta, en realidad, tras la forma irracional del precio del trabajo son el valor y el precio de la fuerza de trabajo. Precisamente por eso el precio del trabajo es siempre inferior al valor creado por el trabajo del obrero.
        Para cobrar el valor diario de su fuerza de trabajo, el obrero tiene que trabajar la jornada completa. Así, la forma de salario disimula la división de la jornada en tiempo necesario y tiempo adicional. Todo el trabajo del obrero durante la jornada laboral, incluido el tiempo adicional, se presenta como trabajo retribuido, y todo el tiempo de trabajo adquiere la apariencia de tiempo necesario de trabajo. De esta manera, la forma de salario oculta las relaciones de explotación de la clase obrera por la clase capitalista. Engendra la ilusión de igualdad del obrero y del capitalista, disimula la dependencia económica de los trabajadores asalariados respecto de los propietarios de los medios de producción y el carácter prácticamente coercitivo del trabajo en la sociedad capitalista. “Júzguese, pues —escribía Marx—, de la importancia decisiva que tiene la transformación del valor y precio de la fuerza de trabajo en el salario, es decir, en el valor y precio del trabajo mismo. En esta forma exterior de manifestarse, que oculta y hace invisible la realidad, invirtiéndola, se basan todas las ideas jurídicas del obrero y del capitalista, todas las mixtificaciones del régimen capitalista de producción, todas sus ilusiones librecambistas, todas las frases apologéticas de la Economía política vulgar”1

§ 2.

FORMAS Y SISTEMAS
FUNDAMENTALES DEL SALARIO

        Existen dos formas fundamentales de salario: por tiempo y por pieza. En el primer caso, la magnitud del salario depende de la duración del tiempo que se ha trabajado, y en el segundo, de la cantidad de producción rendida. Cada una de las dos formas fundamentales de salario posee distintas variantes o sistemas. Estos sistemas se diferencian más que nada el uno del otro por el carácter concreto de dependencia funcional entre el tiempo trabajado o el volumen de rendimiento, por una parte, y el nivel del salario, por otra.
        La finalidad principal de la aplicación de unas u otras formas y sistemas de salario consiste en estimular económicamente a los obreros a elevar la intensidad y la productividad del trabajo y disminuir así los gastos en pago de fuerza de trabajo, al igual que los gastos generales por unidad de producto. El resultado es e1 crecimiento de la plusvalía, la elevación de la cuota de explotación.

EL SALARIO POR TIEMPO

        La fuerza de trabajo se vende siempre por un período determinado de tiempo. Por eso, la forma metamorfoseada en que se expresa directamente el valor de la fuerza de trabajo es el salario por tiempo, que puede ser salario por hora, por día, por semana y por mes.
        Para calcular el salario por tiempo es preciso fijar la unidad de medida del precio del trabajo. Esa unidad de medida, como mostró Marx, es el precio de la hora de trabajo, partiendo del cual se calcula el salario por cualquier número de horas. El precio de la hora de trabajo es el cociente de la división del precio del salario por día de trabajo, es decir, del valor diario efectivo de la fuerza de trabajo, por el número de horas de la jornada laboral. Si el valor diario de la fuerza de trabajo es igual a 6 dólares, y la duración de la jornada es de 8 horas, el precio del trabajo de un día, como vimos antes, será de 6 dólares, y el precio de la hora de trabajo, de 0,75 dólares (6:8). Admitamos que el tiempo necesario de trabajo sea de 4 horas, y el adicional, correlativamente, también de 4 horas. Por cuanto durante el tiempo necesario de trabajo se reproduce el valor diario de la fuerza de trabajo, que en nuestro ejemplo tomamos por 6 dólares, el valor creado por el obrero en cada hora de trabajo durante el tiempo necesario será de 1,5 dólares (6:4). Empero, el obrero trabaja con igual intensidad y productividad durante toda la jornada, por cuya razón crea un valor de 1,5 dólares durante cada hora de la jornada laboral. Y el capitalista paga cada hora con arreglo a su precio, a razón de 0,75 dólares. La diferencia de 0,75 dólares, que el obrero crea durante cada hora de la jornada de trabajo, se la apropia el capitalista gratuitamente en calidad de plusvalía. Todo el valor que crea el trabajador durante las 8 horas de la jornada será igual, en nuestro ejemplo, a 12 dólares (1,5 X 8), de los cuales 6 dólares serán devueltos al obrero en forma de salario para reponer el valor de la fuerza de trabajo, y los 6 dólares restantes se los apropiará el capitalista en calidad de plusvalía. De este modo, el precio de la hora de trabajo es, en realidad, inferior al valor que se crea en cada hora de trabajo del obrero tantas veces cuantas el tiempo necesario de trabajo es inferior a todo el tiempo de trabajo. Eso quiere decir que durante cada hora de trabajo, el obrero brinda al capitalista cierta cantidad de plusvalía. Además, cuanto más bajo es el precio del trabajo, siendo iguales las demás condiciones, más alta es la masa y la cuota de plusvalía, es decir, más alto es el grado de explotación.
        Al regir el salario por tiempo, el capitalista puede bajar el precio del trabajo para obligar al obrero a aumentar el tiempo de trabajo. Puede igualmente aumentar el tiempo de trabajo sin elevar correlativamente el salario, con lo cual bajará el precio del trabajo. En uno y otro casos aumenta la plusvalía sacada del trabajo del obrero. Se emplean, además, otros métodos de incremento de la explotación de los obreros al regir el salario por tiempo.
        El capitalista puede obligar al obrero a trabajar con mayor intensidad, sin prolongar la duración de la jornada. Esto se suele lograr aumentando la velocidad de las máquinas, la cadena, la línea de máquinas acopladas y con ayuda de otros métodos. El aumento de la intensidad del trabajo, quedando invariable la duración de la jornada, como se ha dicho ya en el capítulo VI, equivale a la prolongación de la jornada. Al crecer la intensidad del trabajo, la jornada de duración igual que antes consta, en la práctica, de mayor número de horas de trabajo. Así, una jornada de 8 horas de trabajo de elevada intensidad puede comprender, de hecho, 10 horas de trabajo de intensidad anterior. Eso conduce al crecimiento del valor y, correlativamente, del precio de la fuerza de trabajo, por cuanto ahora, para restablecer las fuerzas vitales gastadas por el obrero en el proceso de trabajo más intenso necesita más productos, que, además, deben ser de mejor calidad. Mientras tanto, el precio del trabajo de ese obrero, a la vez que queda nominalmente invariable, disminuye en la práctica a medida que crece la intensidad. En nuestro ejemplo, el precio del trabajo no será ya de 0,75 dólares por hora, sino de 0,6 dólares (6 : 10), puesto que ahora es el cociente de la división del precio anterior del trabajo diario por una jornada prácticamente más larga (10 horas).
        La reducción del precio del trabajo por vía del aumento de su intensidad, siendo invariable (y, a veces, algo superior) el salario diario o semanal, es uno de los métodos más comunes de recrudecimiento de la explotación de los obreros en los países capitalistas en las condiciones contemporáneas.
        En el presento, en los países capitalistas de industria avanzada, el pago a los obreros se efectúa partiendo de tarifas fijas de precio del trabajo por hora, lo que permite incrementar la explotación de los obreros. Es que una parte considerable de los trabajadores de los países capitalistas son desempleados parciales, que trabajan la jornada incompleta o la semana incompleta. Al pagar a los obreros ocupados parcialmente, los capitalistas sólo cuentan las horas que el obrero ha trabajado efectivamente durante la jornada o la semana laboral, con lo cual sacan plusvalía del trabajo de los obreros, sin dejar que el salario llegue a un nivel capaz de asegurarles la posibilidad de reproducir normalmente la fuerza de trabajo.
        El salario por tiempo experimenta incesantes cambios. Una variación del mismo es el salario por pieza.

EL SALARIO POR PIEZA

        La modalidad más temprana de salario por pieza es el que se paga por unidad de producción rendida o salario a destajo. Este sistema prevé una dependencia proporcional directa entre el crecimiento del volumen del rendimiento y el aumento del salario.
        Partiendo de la experiencia práctica o tras trabajos de cronometraje de la labor del obrero se fija la norma de rendimiento de los obreros, que suele reflejar el número de artículos que un obrero de grado medio de pericia, trabajando a una intensidad media, confecciona en una hora o en un día. Se fija igualmente la tarifa para el pago de la confección de cada unidad de mercancía. Esta estimación se obtiene como cociente de la división del precio de una hora o de un día de trabajo por el número de unidades de producto obtenidas durante una hora (o una jornada de trabajo) Admitamos que el precio de una hora de trabajo del obrero sigue siendo de 0,75 dólares y que el obrero, invirtiendo el tiempo socialmente necesario para la confección de un artículo concreto, rinde cada hora 5 unidades de dicho artículo. En este caso, la tarifa que se paga por la confección de cada unidad de producto será de 0,15 dólares (0,75: 5). El salario diario del obrero que cobra por pieza y se dedica a elaborar un mismo tipo de producto se calcula multiplicando el número de artículos hechos durante la jornada por la tarifa que se paga por un artículo. Por eso está claro que el salario de una hora de trabajo de intensidad media de un obrero de grado medio de pericia es igual al precio de una hora de su trabajo (en nuestro caso: 0,15X5=0,75 dólares), y su salario diario se reduce al valor diario de su fuerza de trabajo (en nuestro caso: 0,15X5X8=6 dólares). Aquí se manifiesta precisamente la auténtica esencia del salario por pieza como modalidad deformada del salario por tiempo.
        El salario por pieza crea la ilusión de que se paga todo el trabajo del obrero, todo el trabajo materializado en el producto, la ilusión de que el trabajo invertido por el obrero se mide por el número de artículos confeccionados y se paga enteramente, De esta manera, las relaciones de explotación capitalista se velan todavía más. El salario por pieza, a diferencia del salario por tiempo, le brinda al capitalista la posibilidad de adoptar medidas más eficaces para elevar la intensidad del trabajo.
        Una condición indispensable para que funcione normalmente el salario por pieza es la fijación de normas de rendimiento. La magnitud inversa de la norma de rendimiento es la norma do tiempo para confección de una unidad o una partida de artículos. Partiendo de dichas normas se calcula la magnitud de los gastos de tiempo de trabajo, la cual se toma como tiempo socialmente necesario que debe pagarse en las proporciones establecidas. A fin de sobrecumplir la norma de rendimiento y aumentar así el salario, el obrero tiene que trabajar a una intensidad mayor. Eso ayuda al capitalista a elevar el nivel de intensidad del trabaje en su empresa por encima del nivel medio reinante en la sociedad y a incrementar por esta vía el grado de explotación de los obreros. El salario por pieza estimula en cierto grado al obrero a observar también las exigencias establecidas en cuanto a la calidad del producto, ya que se le paga si los artículos que confecciona son de calidad media.
        El salario medio que se paga en las empresas capitalistas engendra la competencia entre los obreros, lleva a la elevación de la intensidad de su trabajo, al empeoramiento de su nivel de vida y al crecimiento del desempleo. El salario por pieza les ayuda a los capitalistas a impulsar el rendimiento por unidad de tiempo. Los capitalistas, a la vez que elevan las normas de rendimiento, disminuyen las tarifas que se pagan por pieza hecha. Todo eso permite disminuir los gastos de producción por unidad de mercancía.
        En virtud de las peculiaridades enumeradas, el salario por pieza ha sido a lo largo de muchos decenios más ventajoso para el capitalista que el abonado por tiempo. Marx señalaba que el salario por pieza es el que corresponde más al modo capitalista de producción2 Lenin consignaba: “...la sustitución del pago del trabajo por horas con el pago a destajo es uno de los procedimientos más extendidos de la economía capitalista en desarrollo, mediante la cual logra la intensificación del trabajo y el aumento de la cuota de plusvalía”3. Estos enunciados de los clásicos del marxismo-leninismo encuentran confirmación incluso en nuestros días, cuando la burguesía extiende ciertos elementos del pago por pieza a la forma de salario por tiempo.

§ 3.
EVOLUCION DE LAS FORMAS
Y LOS SISTEMAS DEL SALARIO


        Con el desarrollo del modo capitalista de producción, las formas y los sistemas de salario experimentan cambios bajo el efecto de toda clase de factores socioeconómicos y técnicos. El progreso de la técnica condiciona cambios en la tecnología y la organización de la producción, en el contenido y el carácter del trabajo, así como en la estructura de las profesiones y la calificación de la mano de obra. Todo eso influye en el carácter de las formas y los sistemas de salario que se emplean.
        Ejerce inmensa influencia en la evolución de las formas y los sistemas de salario la lucha del proletariado por sus derechos. Bajo el embate de la clase obrera, la burguesía se ve forzada a renunciar a los viejos métodos de explotación que despiertan una indignación especial de los obreros y a emplear nuevos métodos más disimulados y refinados.

SISTEMAS DE SALARIO
REGRESIVOS POR PIEZA
Y DE MULTA.
LOS MAS RECIENTES SISTEMAS
DE SALARIO CAPITALISTA
POR PIEZA


        En las postrimerías del siglo XIX y los albores del XX, además del sistema de salario por pieza, aparecieron sistemas regresivos por pieza y diferenciales o de multa. El objetivo principal de estos sistemas de salario es obtener la plusvalía máxima mediante el incremento de la explotación de los obreros.
        Con la ayuda de los sistemas de salario regresivos por pieza, la burguesía se asegura la disminución relativa del ascenso de los salarios a medida que aumenta el rendimiento de los obreros, sin recurrir a la disminución clara y directa de las tarifas de pago por pieza. Eso se logra pagando menos el llamado tiempo de trabajo ahorrado.

        Aclararemos eso en un ejemplo concreto. Admitamos que la norma de tiempo para un trabajo determinado es de 5 horas. Pero el obrero lo cumple en 4 horas, ahorrando una hora de tiempo de trabajo. Dicho en otros términos, produce en 4 horas la misma cantidad de piezas que la calculada para 5 horas. De regir el sistema directo de salario por pieza, el obrero cobraría el salario calculado a base de su tarifa básica por hora tanto por las 4 horas trabajadas efectivamente como por la hora ahorrada. Si la tarifa por hora es de un dólar, sea el que fuere el número de horas invertidas en la ejecución del trabajo que nos ocupa, su salario será de 5 dólares.
        Muy otra cosa ocurre cuando rigen los sistemas regresivos por pieza. En estos casos sólo se pagan a plena tarifa las horas invertidas en realidad, y las ahorradas se pagan a una tarifa inferior. En el sistema Halsey, este coeficiente de disminución de la tarifa horaria es igual a 0,33 de la tarifa básica; en el sistema Weir, a 0,50, y en el sistema Towne, a 0,66. En el sistema Rowen, ese coeficiente no es fijo, se calcula como proporción entre el tiempo efectivamente invertido y el previsto por la norma. Así, en el ejemplo nuestro, el obrero, al cumplir en 4 horas un trabajo de 5 horas según la norma, cobrará: con arreglo al sistema Halsey, 4,33 dólares; al sistema Weir, 4,5 dólares; al sistema Towne, 4,66 dólares, y al sistema Rowen, 4,8 dólares. Y al cumplir el mismo trabajo en 3 horas, ahorrando 2 horas, percibirá, respectivamente, 3,66; 4; 4,32 y 4,2 dólares.

        Es curioso señalar que el pago inferior por el tiempo ahorrado la burguesía lo llame “prima” que se abona al obrero. En realidad, esta “prima” se deduce del salario del obrero, el cual la cobraría por el mismo trabajo si rigiera el sistema de pago directo por pieza. Así, siendo iguales las demás condiciones, estos sistemas, todavía más que el de pago directo por pieza, contribuyen al aumento de la plusvalía a cuenta del recrudecimiento de la explotación de los obreros.
        La finalidad de los sistemas de multa (diferenciales) de salario es incrementar la explotación de los obreros mediante el empleo de dos o más salarios base y, correlativamente, de tarifas por pieza. El trabajo de los obreros que consiguen un alto nivel de rendimiento se paga proporcionalmente, partiendo de varias tarifas superiores. Y el trabajo de los obreros que no cumplen la norma se paga a tarifas inferiores, lo que supone una multa. Las variedades típicas de sistemas de multa son los de Taylor, Merrick y Gantt.

        Con arreglo al sistema Taylor, según sea el tiempo que se invierte en la confección de una unidad de producto, se fijan distintos coeficientes para la tarifa básica por hora: menos de la unidad (por lo común, 0,8), al cumplirse menos del 100% de la norma, y más de la unidad (por lo común 1,1-1,3), al cumplirse y sobrecumplirse la norma. Sobre la base de estas tarifas se calculan las tarifas por pieza.
        Con arreglo al sistema Merrick, en lugar de dos tarifas base se emplean tres. La más baja se aplica a los que cumplen menos del 83%; la segunda, al cumplirse la norma entre el 83 y el 100%, y la tercera, al cumplirse la norma en el 100% y más.
        El sistema de Gantt es una combinación de formas de salario por tiempo y por pieza, que se aplican con arreglo a los niveles de rendimiento logrados. Al cumplirse menos del 100% de una norma alta se paga el salario por tiempo a base de una tarifa inferior. A partir del rendimiento del 100% de la alta norma, rige una tarifa de pago por pieza algo más elevada.

        Importante rasgo de estos sistemas es el empleo de normas bastante elevadas de rendimiento sobre la base de los principios del ingeniero norteamericano Taylor.
        Taylor elegía al Obrero más fuerte y experto, adiestrado en métodos racionales de trabajo (desde el punto de vista de ahorro de tiempo) y seducido por la promesa de primas por cumplir el trabajo en menos tiempo. Cronometraba el trabajo de ese obrero en todos sus elementos y, partiendo de los datos obtenidos, fijaba la norma de tiempo obligatoria para todos los obreros. Al caracterizar el sistema Taylor, Lenin lo llamó sistema “científico” de hacer sudar.
        En el presente, las normas de rendimiento se fijan en las empresas capitalistas partiendo de las observaciones cronométricas del llamado obrero medio, en las que se asienta también la valoración del ritmo de su trabajo. Si el normador, al hacer el cronometraje del trabajo, llega a la conclusión de que el ritmo de trabajo del obrero es inferior al “normal”, no toma como base de la norma de tiempo los datos del cronometraje, sino otros, “corregidos” habida cuenta de la “corrección por el ritmo”.
        El patrón más difundido de ritmo “normal” de trabajo en los países capitalistas es la velocidad de la marcha de un peatón de fuerza física media por terreno llano y sin carga (4,8 km por hora). Sin embargo, con frecuencia se toma como base la velocidad de 5,6 km por hora. A. los obreros que cobran por pieza se les exige que sobrecumplan las normas en un 25-30% por término medio. Eso quiere decir que el ritmo de su trabajo equivale a la marcha de un peatón a la velocidad de 6 a 7 km.

        Los mencionados sistemas de salario por pieza rigen para tareas con gran proporción de trabajo manual y estimulan, más que nada, el aumento de la cantidad de artículos hechos. No obstante, al elevarse el nivel de mecanización de la producción y al disminuir la proporción de las operaciones manuales, los esfuerzos individuales del obrero influyen cada vez menos en el volumen del rendimiento. Además, el ahorro en los salarios está lejos de ser el factor único y, con frecuencia, decisivo de la eficacia de la producción capitalista. Esta es la razón de que en varios países capitalistas se haya reducido la esfera de empleo de los sistemas tradicionales de salario por pieza. En su lugar han aparecido nuevos sistemas: por pieza con pago de primas y multifactoriales. En estos sistemas, el salario de los obreros depende de varios factores que caracterizan la eficacia del trabajo. Su estructura responde a la finalidad de impulsar a los obreros a que, además de aumentar el rendimiento, eleven la calidad del producto, consuman menos materias primas y materiales auxiliares y utilicen mejor los equipos, que cuestan caro. Así, dichos sistemas obligan a los obreros a gastar energía física y, en medida mucho mayor, energía intelectual y nerviosa. Mientras tanto, el plus que gana el obrero por encima de su salario base sigue siendo el mismo que en los sistemas ya mencionados de salario por pieza (del 25 al 30%). Es más, para los casos de incumplimiento de normas bastante rígidas que se fijan con arreglo a los distintos factores, algunos sistemas prevén una disminución correlativa de los salarios.
        Por tanto, el carácter explotador de los más recientes sistemas de salario por pieza ha recrudecido sustancialmente incluso en comparación con sistemas extenuantes como los por pieza regresivos y los diferenciales.

                              CAMBIO DEL CARACTER
                              DEL SALARIO POR TIEMPO


        Los últimos decenios se distinguen por una reducción relativa de la esfera de vigencia del salario por pieza. En la mayoría de los países capitalistas industrializados ha pasado a prevalecer el salario por tiempo, que se extiende al 70%, aproximadamente, de los obreros de la industria manufacturera de los EE.UU., a cerca del 80% de los obreros industriales de Francia y la RFA y a cerca del 60% de los obreros industriales de Inglaterra.
        Una de las principales causas de ello reside en los cambios ocurridos en la técnica y la organización de la producción de los países capitalistas. En la producción masiva contemporánea, cuando el rendimiento de los obreros y el ritmo de su trabajo vienen impuestos por la velocidad del movimiento de la cadena, de la línea de máquinas acopladas, el empleo de los sistemas de salario por pieza se vuelve económicamente desventajoso para los capitalistas. Eso se refiere todavía más a la producción automatizada y a los procesos de trabajo en aparatos. La forma fundamental de salario en semejantes empresas es el que se paga por tiempo.
        Otra razón de la ampliación del salario por tiempo consiste en que en muchos casos lo aplican conjugado con la normación del trabajo. Con ayuda de métodos contemporáneos de normación del trabajo, los capitalistas fijan la medida de intensidad del trabajo para los que cobran salario por pieza y por tiempo, obligándolos a trabajar al ritmo establecido sin pagarles pluses de estímulo.
        Como resultado de todo ello, en el empleo del salario por tiempo se observan actualmente cambios sustanciales. Esta forma se conjuga hoy con el ritmo forzoso de trabajo, que depende de la velocidad de funcionamiento de los equipos o del régimen del proceso tecnológico, de la normación del trabajo y, a veces, con tipos suplementarios de primas por superación del rendimiento, elevación de la calidad del producto, ahorro de materia prima y materiales auxiliares, etc. Todo eso imprime al salario por tiempo muchos rasgos característicos propios del salario por pieza.
        En el presente se emplean los más distintos tipos estimulantes de salario por tiempo. Figuran entre ellos los sistemas de dos o más tarifas base y de rendimiento diario controlado. Estos sistemas prevén el salario por tiempo, pero las tarifas base se diferencian con arreglo al grado de cumplimiento o sobrecumplimiento por los obreros del volumen normado de producción. El llamado sistema de primas por pieza se basa en la conjugación del salario por tiempo con el pago de primas, cuya proporción depende del grado de superación de las normas de rendimiento. Existen, además, sistemas de salario por tiempo con pago de primas, en los que el salario por tiempo se conjuga con el de primas por la observancia o el mejoramiento de los índices establecidos de eficacia de la producción.

                                       SISTEMAS DE ‘PARTICIPACI0N
                                       EN LAS GANANCIAS’


        En los países capitalistas se comienza a emplear distintos sistemas de “primas colectivas”, llamados a crear la impresión de participación de los obreros en la actividad de las empresas. Existen sistemas de “participación en las ganancias”, “en el capital”, “en los resultados de la elevación de la productividad del trabajo”, etc. Al emplear estos sistemas, la burguesía procura despertar el interés de los obreros por la elevación de la eficacia del funcionamiento de las empresas capitalistas mediante el aumento de la productividad y la intensidad del trabajo, etc., y crear, a la vez, la ilusión de que cede a los obreros una parte de sus ganancias. La propaganda burguesa se vale de estos sistemas para difundir entre la clase obrera la ideología de la colaboración con la burguesía, de la armonía de clases en la sociedad capitalista.
        En la práctica, los recursos que se distribuyen entre los obreros en concepto de “participación en las ganancias” no son parte de la ganancia, sino del salario de los obreros. A diferencia del salario fundamental, esta parte no se abona regularmente y depende del nivel de ganancia de los patronos o bien de las proporciones de la parte de dicho beneficio que se forma a cuenta de la disminución de todos los tipos de gastos de producción o sólo de los gastos en pago de fuerza de trabajo. Por cuanto estos pagos de participación contribuyen a la elevación de la rentabilidad de la producción capitalista y se liberan de todo impuesto, llevan en última instancia al aumento de las ganancias capitalistas, y no a su disminución.


§ 4.
DIFERENCIACION
Y DISCRIMINACION
EN EL PAGO DE LA FUERZA
DE
TRABAJO


                                        CAUSAS DE LA DIFERENCIACION
                                        DEL SALARIO


        En las empresas industriales contemporáneas, trabajan obreros de distinta calificación que ejecutan trabajos de distinto grado de complejidad. Esta es la razón de que no sea igual su salario. Marx escribía: “El trabajo considerado como trabajo más complejo, más elevado que el trabajo social medio, es la manifestación de una fuerza de trabajo que representa gastos de preparación superiores a los normales, cuya producción representa más tiempo de trabajo y, por tanto, un valor superior al de la fuerza de trabajo simple. Esta fuerza de trabajo de valor superior al normal se traduce, como es lógico, en un trabajo superior, materializándose, por tanto, durante los mismos períodos de tiempo, en valores relativamente más altos”4. Esta tesis de Marx ofrece la clave para comprender las causas de la diferenciación en el pago de la fuerza de trabajo en las empresas capitalistas.
        La diferencia entre el trabajo simple y complejo y, por tanto, entre el salario de obreros de distintas profesiones y calificación viene predeterminada, ante todo, por la desigual magnitud del valor y, correlativamente, del precio de su fuerza de trabajo. Esto origina la necesidad de diferenciar su salario. Y la posibilidad de semejante diferenciación se debe al hecho de que el gasto de trabajo de distinta complejidad durante un mismo período de tiempo crea bienes de distinto valor. El trabajo complejo, al crear en cada hora de su aplicación un valor más alto que el trabajo simple, reproduce durante el tiempo necesario de trabajo un valor más alto de la fuerza de trabajo, de la que es función, y durante el tiempo adicional crea mayor plusvalía para el capitalista.

                                       TARIFAS Y BAREMOS

        La tarifa base es una medida del precio del trabajo de determinada complejidad, es decir, del precio del trabajo del obrero de determinada profesión y calificación invertido en un determinado período de tiempo: una hora, un día o una semana. En todos los casos, la base del cálculo de la tarifa es el precio de la hora de trabajo, ya que es la unidad de medida del precio del trabajo. En el presente, en los países capitalistas, las más difundidas, en todo caso entre las profesiones masivas, son las tarifas por hora de trabajo.
        El conjunto de las tarifas fijadas para obreros de distinta calificación o para la ejecución de trabajos de distinta complejidad constituye el baremo de tarifas. La mayoría de las tarifas y, por ende, de los baremos que se incluyen en los acuerdos de tarifas o acompañan los convenios colectivos, tienen por base la división tradicional de los obreros en tres categorías o grupos en cuanto a la calificación: calificados, semicalificados (poco calificados) y no calificados (peones, etc.). Esta clasificación, heredada de la producción artesana, se basa en lo fundamental en el nivel de formación profesional.
        A medida que avanzaba la división social del trabajo, dentro de estos grupos se fueron formando subgrupos. Así se explica que los baremos de tarifas de los distintos países capitalistas comprendan distinto número de categorías de calificación. En Italia suelen ser 4; en la industria metalomecánica de Francia, 7, y así sucesivamente. Al incluir al obrero en una u otra categoría de calificación se tiene en cuenta, en primer término el nivel de su formación profesional (estudios técnico-profesionales y hábitos prácticos), que se mide, más que nada, por el tiempo invertido en dicha formación.
        Es típica de la etapa contemporánea del desarrollo de la producción capitalista la tendencia a la fijación del nivel de tarifas y sus correlaciones en función no sólo del nivel de formación general y profesional del obrero, sino también de las exigencias que se presentan, digamos, a sus fuerza y resistencia física, a las facultades intelectuales, a la noción de la responsabilidad, etc., es decir, de las exigencias que caracterizan la complejidad y las condiciones de trabajo. Esta tendencia ha hallado reflejo en el empleo de los nuevos métodos de diferenciación de las tarifas, en particular, en el método de la estimación analítica de los trabajos.

                                       ESTIMACI0N ANALITICA
                                       DE LOS TRABAJOS


        Al aplicarse la estimación analítica de los trabajos se confecciona una lista de los factores que caracterizan la complejidad de los trabajos de una u otra rama de la industria o incluso en una empresa, así como las condiciones en que dichos trabajos se ejecutan. Los factores más frecuentes son: la calificación del ejecutor (grado de enseñanza, experiencia de trabajo, etc.), los esfuerzos físicos e intelectuales que se hacen al ejecutarse el trabajo, la responsabilidad del ejecutor (por los materiales, los equipos, el proceso tecnológico, etc.) y las condiciones de trabajo. Luego se procede a la apreciación cuantitativa (por lo común, en puntos) del trabajo con arreglo a cada factor por separado, después de lo cual se aprecia todo el trabajo considerado en conjunto, partiendo del total de puntos obtenidos por cada factor. Los trabajos distinguidos con el mínimo de puntos se pagan con arreglo a la tarifa inferior. Los trabajos que se aprecian con el máximo de puntos se pagan correlativamente a tarifas superiores.
        El empleo de la estimación analítica de los trabajos conduce a una inestabilidad todavía más precaria del salario, aumenta su carácter fraccional y concurre a una mayor explotación de los obreros. El obrero no se paga ya de conformidad con su categoría de calificación, sino con la ejecución de uno u otro trabajo. La observancia de una intensidad determinada y otros parámetros del trabajo se erige en condición del pago de la tarifa básica al obrero, en frecuentes casos sin el menor plus. Crece en flecha el número de tarifas por los distintos trabajos. Hasta el más insignificante cambio de la organización de la producción y del trabajo puede conllevar cambios de pago y de tarifas, El traslado del obrero de un trabajo a otro puede también originar cambios en su remuneración. Los capitalistas procuran aprovechar la apreciación analítica de los trabajos para socavar la unidad de la clase obrera, para darle a dicha unidad una orientación antisindical, y oponer al método de fijación de las tarifas por vía de los convenios colectivos con los obreros el método de la fijación unilateral partiendo de la apreciación analítica de los trabajos.

                                       “ESTIMACION CON ARREGLO
                                       A LOS MERITOS”


        Con frecuencia, la estimación analítica se emplea en conjugación con la apreciación de las cualidades personales del trabajador y la llamada “estimación con arreglo a los méritos”. Entre los índices que se usan para apreciar al obrero figuran el fijado nivel de rendimiento durante cierto período, la debida calidad del trabajo, el ahorro de materias primas y materiales, el trato cuidadoso de los equipos y el empleo máximo del tiempo de trabajo. Los distintos sistemas de salario por pieza y de pago de primas suelen prever un pago de cierto plus a los obreros por dichos índices. En cambio, al regir el sistema de “estimación con arreglo a los méritos”, el obrero, sin cobrar semejante plus, debe invertir el máximo de esfuerzos para mantener su tarifa base a determinado nivel y evitar que la bajen. Eso imprime elementos de pago a destajo a la tarifa base y, unido a los factores de que hemos hablado antes, comunica al salario por tiempo rasgos característicos del pago por pieza. El sistema de “estimación con arreglo a los méritos” encuentra también aplicación al distribuirse las primas colectivas.
        Entre los índices que se usan para evaluar al obrero mediante el sistema de “estimación con arreglo a los méritos” figuran tales como la “seguridad general”, el “afán de colaboración”, la “conducta general”, la “posibilidad de promoción”, etc., que reflejan la fidelidad del obrero a la firma capitalista. Por tanto, dicho sistema no se plantea sólo reforzar la explotación de los obreros, sino, además, escindir la clase obrera por vía del soborno de sus elementos poco firmes.

                                       DISCRIMINACION FN EL PAGO
                                       DE LA FUERZA DE TRABAJO


        Las tarifas base que rigen en la industria de varios países capitalistas refrendan la discriminación en el pago del trabajo de ciertas categorías de trabajadores, sobre todo mujeres, jóvenes y minorías nacionales. Por un trabajo igual, las mujeres y los adolescentes cobran menos que los hombres. La discriminación de las mujeres en la fijación de las tarifas base, el pago de primas, etc., conduce a que el salario anual medio de las mujeres sea inferior al de los hombres en los EE.UU. e Inglaterra en un 40%; en la RFA, en un 30%, y en Francia, en un 15%. En los EE.UU., el salario de los obreros negros, así como el de los puertorriqueños y representantes de otras minorías nacionales, es muy inferior al de los obreros blancos. Todo eso les permite a los capitalistas sacar ganancias suplementarias a cuenta de la superexplotación de las mencionadas categorías de trabajadores.

§ 5.
SALARIO NOMINAL
Y SALARIO REAL


                              SALARIO NOMINAL


        Se llama salario nominal el que el obrero percibe en forma monetaria. Con el dinero que el obrero cobra en concepto de salario debe adquirir víveres, ropa y otras mercancías necesarias para vivir él mismo y los miembros de su familia, pagar el alquiler, los estudios de los hijos, el transporte, etc. Debe satisfacer ciertos impuestos, lo que reduce sustancialmente la cantidad de dinero que puede gastar para el sustento suyo y el de la familia.
        Si los precios de las mercancías y los servicios que consumen el obrero y los miembros de su familia fuesen invariables, por los cambios de magnitud de su salario nominal se podría juzgar del aumento y la disminución del volumen real de los bienes que el obrero puede adquirir a cambio de su salario. Pero los precios de mercado, sobre todo bajo el capitalismo contemporáneo, están sujetos a considerables fluctuaciones. En consecuencia, una misma magnitud del salario nominal en distintos períodos y condiciones expresa diferente volumen de medios de subsistencia que se pueden adquirir a cambio de ella en el mercado. Esta es la razón de que se deba distinguir el salario nominal del salario que se expresa en la cantidad de medios de subsistencia en que se convierte, es decir, del salario real del obrero.

                                       SALARIO REAL

        El salario real es la cantidad de valores de uso (mercancías y servicios) que el obrero puede adquirir, a un nivel concreto de precios, con su salario nominal después de deducirse los impuestos y otros descuentos.
        El salario real cambia en proporción directa al cambio del salario nominal y en proporción inversa al cambio de los precios de las mercancías y los servicios que son del consumo de la clase obrera. Además, unos factores pueden regir en el sentido del descenso del salario real, y otros, en el de su ascenso.
        El crecimiento del ejército crónico de los desempleados y la presión de éste en el mercado de mano de obra, el descenso de la demanda de fuerza de trabajo en los períodos de coyuntura económica desfavorable, el ascenso de la proporción de trabajadores poco remunerados en el total de la mano de obra (obreros poco calificados, mujeres, jóvenes y trabajadores de minorías nacionales descriminadas), etc., originan el descenso del salario nominal, con lo cual concurren al descenso del salario real.
        Un método muy común de explotación suplementaria de la clase obrera es la rebaja del salario real mediante la elevación de los precios de los artículos de uso y consumo, los alquileres, los servicios municipales, el transporte público y otros tipos de servicios, así como por vía de mayores impuestos. Al luchar contra ello, los obreros quieren que suban los salarios nominales e insisten, en particular, en que en los convenios colectivos se incluya el principio de la “escala móvil” de salarios.
        El principio de la “escala móvil” de salarios consiste en que se revisan las tarifas base con arreglo a la dinámica del índice oficial del costo de vida. Este índice caracteriza los cambios que experimenta en cada período concreto la suma de los precios de las mercancías y los servicios que consumen los trabajadores. Y los capitalistas procuran debilitar la acción del principio de la “escala móvil”, falsifican el índice oficial del costo de vida, frenan como pueden el aumento de los salarios relacionado con el alza de los precios y disminuyen los pluses debidos a la carestía recurriendo a otros métodos más.
        Empeñados en coadyuvar máximamente al crecimiento de las ganancias de los monopolios, los gobiernos burgueses so pretexto de lucha contra la inflación, suelen recurrir a la política de “congelación” y otras formas de la llamada regulación de los salarios: prohíben en forma legislativa el alza de los mismos durante cierto período o fijan límites tope para su alza durante determinados períodos.
        El descenso de los salarios reales a consecuencia del alza de los precios y los impuestos puede registrarse siendo invariable o incluso subiendo el salario nominal.
        Entre los factores que favorecen la elevación del nivel del salario real cabe mencionar, en primer término, el aumento del volumen de las necesidades de la clase obrera que se observa a medida que progresan las fuerzas productivas y crecen el nivel económico y cultural de la sociedad y las demandas sociales de la clase obrera. Lenín calificó este proceso de ley del acrecentamiento de las demandas. Dicha ley no se hace realidad automáticamente en la sociedad capitalista, ni mucho menos, sino en medio de una enconada y porfiada lucha de la clase obrera por el ascenso del salario nominal capaz de asegurar la satisfacción de las nuevas necesidades de los trabajadores condicionadas por la ampliación del elemento histórico y social del valor de la fuerza de trabajo. En nuestra época suelen entrar en el número de dichas necesidades sociales tales objetos de uso duradero como neveras, radiorreceptores, televisores, viviendas dotadas de cierto confort e incluso coches para una parte de los trabajadores.
        Por tanto, el salario real, sujeto al efecto de numerosos factores, a menudo contradictorios, acusa en unos períodos históricos una tendencia descendente, y en otros, ascendente. En algunos períodos, principalmente en las épocas de las crisis económicas y las guerras, se observa un vertical descenso del salario real, lo que afecta a todos los trabajadores. Empero, incluso en los períodos de coyuntura económica propicia suele registrarse el descenso del salario real de ciertos grupos de trabajadores, ante todo de los sectores poco remunerados. Y cuando, presionada por la clase obrera, la burguesía se ve forzada a subir en cierta medida el salario real, procura compensarlo con el incremento de la explotación de los obreros directamente en el proceso de producción.
        La dinámica del salario real es uno de los indicadores más importantes de la situación de la clase obrera bajo el capitalismo. Otro indicador de semejante índole es el salario relativo, o sea, la proporción entre la cuantía del salario que se paga al obrero y la masa de ganancia que obtienen los capitalistas. Por cuanto la ganancia de los capitalistas suele crecer a ritmo más intenso que el salario nominal, el descenso del salario relativo, lo mismo que la elevación de la cuota de plusvalía, prueba el empeoramiento de la situación del proletariado bajo el capitalismo.

                                       DIFERENCIAS NACIONALES
                                       SIN LOS SALARIOS

        El nivel y la dinámica del salario no son lo mismos en los distintos países. Las diferencias nacionales del salario se expresan, más que nada, en el distinto volumen de medios de subsistencia que los obreros de unos u otros países pueden adquirir a cambio de su salario nominal. Eso quiere decir que se trata, en primer término, de diferencias en el salario real. Estas dependen de varios factores que se deben a las condiciones económicas e históricas en las que se ha desarrollado y formado la clase obrera en los distintos países, principalmente de diferencias de valor y de precio de la fuerza de trabajo.
        El valor de la fuerza de trabajo en los distintos países es desigual, ante todo, en virtud de las diferencias que existen en las demandas vitales naturales y plasmadas históricamente en la clase obrera, en los gastos que se requieren para preparar la fuerza de trabajo, en virtud de la diferencia de productividad y de intensidad del trabajo, del empleo del trabajo de la mujer y del niño. Inmenso papel en la formación de las diferencias nacionales del salario desempeñan el grado de organización de la clase obrera y el nivel de desarrollo de la lucha de clases. La acción de todos esos factores suele llevar a considerables diferencias en el salario real de los obreros de los distintos países.

        El nivel más alto de salario se ha constituido históricamente en los EE.UU., lo que se debe en medida considerable a las condiciones más propicias de formación de la clase obrera en ése país, a la larga y aguda escasez (en todo el siglo XIX) de mano de obra para la industria en proceso de desarrollo, así como a varios factores más. En otros países capitalistas, el nivel de los salarios es muy inferior al de los EE.UU. El salario real semanal de los obreros de ramas no agropecuarias en 1970 llegaba a la siguiente proporción del nivel registrado en los EE.UU.: en el Canadá, al 86%; en la RFA, al 74%; en Inglaterra, al 65%; en Francia, al 55%; en Italia, al 43%, y en el Japón, al 38%.
        Un nivel todavía más bajo de salario real se ha plasmado en los países de América Latina y, sobre todo, en los países de Asia y África que durante muchos años fueron objeto de cruel explotación colonial por las potencias imperialistas. En esos países, el valor de la fuerza de trabajo se constituyó históricamente a un nivel extremamente bajo, indispensable sólo para la existencia física del obrero; no entraban en él los gastos de mantenimiento de la familia, la cual se quedaba en el campo, los gastos de enseñanza y para otros muchos fines.

        Los monopolios capitalistas se valen de las diferencias nacionales en los salarios para seguir elevando las ganancias, transfiriendo sus capitales a los países de nivel de vida tradicionalmente bajo.

                                       LUCHA DE LA CLASE OBRERA POR
                                       El ASCENSO DE LOS SALARIOS

        Deseando asegurarse el consumo más productivo de la fuerza de trabajo y elevar correlativamente la masa y la cuota de plusvalía, los capitalistas hacen lo posible para disminuir los gastos de producción. Ven en el pago de la fuerza de trabajo uno de los renglones fundamentales de dichos gastos. Eso condiciona precisamente el constante afán de los capitalistas de disminuir los salarios, en virtud del cual estos últimos acusan una tendencia al descenso por debajo del valor de la fuerza de trabajo.
        Ahora bien, para los obreros el salario es la única fuente de subsistencia, el único medio de renovación diaria de su capacidad de trabajo. Esta es la razón de que luchen con los capitalistas por la elevación de los salarios, procurando objetivamente aproximarlos al máximo al nivel del valor de la fuerza de trabajo. Los resultados de esa lucha dependen, en última instancia, de la correlación de las fuerzas de clase.
        El salario es uno de los principales objetos de la enconada lucha de clases en los países capitalistas. El nivel de los salarios y los métodos de su cálculo, de tarificación de los trabajos y fijación de las tarifas base para los obreros, los métodos de normación del trabajo y la magnitud de las normas de rendimiento y las tarifas, el pago y la reglamentación de los intervalos para descanso, las horas extra, los días de descanso y los feriados, todos esos problemas y muchos otros son objeto de encarnizadas luchas diarias entre obreros y capitalistas, luchas que desembocan en largas huelgas. Sólo mediante la pertinaz lucha de clase, al precio de sacrificios y privaciones puede la clase obrera de los países capitalistas lograr la elevación del nivel de los salarios.

§ 6.
CRITICA DE LAS TEORIAS
BURGUESAS DEL SALARIO

        Los ideólogos burgueses han centrado siempre sus esfuerzos en velar la auténtica naturaleza del salario bajo el capitalismo, en disimular su esencia explotadora. Han procurado siempre y procuran probar la “justicia” del nivel existente de los salarios y que la lucha de los obreros por su elevación carece de toda perspectiva. Los economistas burgueses presentan el salario como precio del trabajo, como precio de los servicios que presta el trabajo, o bien como precio del producto del trabajo. De este modo se disimula la naturaleza específica de la mercancía fuerza de trabajo, se vela la apropiación no retribuida de la plusvalía por los capitalistas, es decir, la explotación del trabajo por el capital.
        A medida que se desarrolla el modo capitalista de protección cambian las teorías burguesas del salario. Su evolución refleja los rasgos específicos y las peculiaridades de las distintas etapas del desarrollo del régimen capitalista, la profundización y la agravación de sus contradicciones.

                                       TEORÍA DEL
                                       “MINIMO DE SUBSISTENCIA”
                                       (LA “LEY DE BRONCE DEL SALARIO”)

        El rasgo general de las teorías burguesas del salario en el período del capitalismo premonopolista, sobre todo en las etapas tempranas de su desarrollo, era el afán de argumentar y justificar el mísero nivel de los salarios, de reducirlo al valor del mínimo de medios de subsistencia absolutamente imprescindibles para la existencia física de los obreros y sus familias. Plantearon ese punto de vista W. Petty y lo desarrollaron los fisiócratas y A. Smith.
        D. Ricardo, habiendo heredado este punto de vista de sus antecesores, trató de darle una argumentación circunstanciada. Estimaba que el nivel de los salarios, pese a todas sus fluctuaciones, debe aproximarse al “precio natural del trabajo”, que vierte determinado por el mínimo de medios de subsistencia del obrero y su familia. Consideraba que si los salarios superan ese mínimo, el mejoramiento del nivel de vida de los obreros contribuirá al aumento de la natalidad y, por consiguiente, al ascenso de la competencia entre los obreros en virtud del incremento de la oferta de fuerza de trabajo y, al fin y al cabo, llevará ineludiblemente a la disminución de los salarios hasta el mínimo de vida. Si bajan excesivamente los salarios, la natalidad se reducirá, se elevará la demanda de fuerza de trabajo, lo que impulsará automáticamente el nivel de los salarios hasta la ‘‘norma natural”, es decir, hasta el mínimo de vida. Así, Ricardo se inclinaba evidentemente hacia la reaccionaria ley de la población de T. Malthus* No obstante, si bien en los trabajos de Ricardo, que reconocía la influencia de las normas y costumbres de un pueblo en el nivel de los salarios, se manifestó el deseo de superar de alguna manera el estrecho marco del maltusianismo, las teorías creadas en lo sucesivo por la Economía política vulgar burguesa arrancan enteramente de la ley maltusiana de la población.

        La concepción del ‘‘mínimo de subsistencia’’ unida a la teoría Maltusiana de la población constituyó la base de la llamada “ley de bronce del salario” que predicaron con tanto ahínco en los años 60 del siglo XIX el socialista pequeñoburgués alemán F’. Lassalle y sus adeptos. La esencia reaccionaria de la ‘‘ley de bronce” fue denunciada por Marx y Engels, quienes demostraron que dicha “ley” llevaba, en realidad, a la renuncia a la lucha revolucionaria de la clase obrera, ya que se deducía de ella que la miseria de la clase obrera no venía condicionada por las leyes específicas del modo capitalista de producción, sino por las leyes de la naturaleza.
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* La crítica de dicha ley se ofrece en el cap. VIII.


                                       TEORÍA DEL
                                       “FONDO DE SALARIOS’

        La teoría del “fondo de salarios” formulada en la segunda mitad del siglo XIX por J. Mill, Mc Culloch y otros economistas burgueses, arranca de que el nivel de los salarios depende de no se sabe qué “fondo de salarios”, cuya magnitud es, como se pretende, invariable y constante, así como del número de obreros. Si los salarios de los obreros superan el nivel determinado por el fondo de salarios y la población obrera, dicen los partidarios de dicha teoría, es inevitable el crecimiento del desempleo. Lo atribuyen al hecho de que si una parte de los obreros logra aumento de los salarios, el fondo restante ha de disminuir. Por consiguiente, los demás obreros se verán forzados a contentarse con salarios más bajos o a engrosar el mercado de fuerza de trabajo. Y la disminución de los salarios de cualquier grupo de obreros supondrá la ampliación de la ocupación, puesto que en ese caso, existiendo un fondo determinado de salarios, se puede admitir un número mayor de obreros. El aumento del fondo de salarios a cuenta de las ganancias capitalistas, desde el punto de vista de los representantes de esta teoría, es imposible, ya que entonces los capitalistas perderán el interés por la producción, se suspenderá la acumulación del capital, lo que supone un peligro de hundimiento a la sociedad.
        La teoría del “fondo de salarios” se asienta en el falso dogma de que el capital social es una magnitud constante, mientras que la masa de medios de subsistencia, en la que se materializa el capital variable, es una parte especial de la riqueza social, que depende de las fuerzas de la naturaleza. En realidad, a medida que se desarrolla el capitalismo crece sin cesar tanto la magnitud del capital social como la parte que se gasta en compra de fuerza de trabajo. La finalidad de la teoría del “fondo de salarios”, al igual que otras teorías basadas en la concepción de la “ley de bronce”, es desarmar ideológicamente a la clase obrera e inculcarle la idea de que su lucha de clase por 1a elevación de los salarios carece de todo sentido.

                                       TEORIA DE LA
                                       “PRODUCTIVIDAD MARGINAL”

      A fines del siglo XIX y en el primer tercio del ‘siglo XX era muy popular la teoría de la “productividad marginal”. Sus elementos más importantes entraron en casi todas las teorías burguesas contemporáneas del salario, La base de dicha teoría es la llamada “fórmula triple” del economista burgués vulgar francés J. B. Say. La esencia de la fórmula consiste en que las fuentes de los ingresos de las clases fundamentales de la sociedad burguesa son los tres factores de producción: el trabajo, que crea el salario, la tierra, que crea la renta, y el capital, que crea la ganancia.
        La teoría de la “productividad marginal” en su aplicación al salario fue formulada por el economista inglés A. Marchall y el economista norteamericano J. Clark. De conformidad con dicha concepción, el trabajo (la fuerza de trabajo) y el capital, materializado en los medios de producción, que participan en la producción, están sujetos a la ley de la “productividad decreciente”. La vigencia de dicha ley se manifiesta, como se pretende, en que cada acrecentamiento suplementario del trabajo, es decir, el aumento del número de obreros, siendo invariable el volumen del capital, rinde a partir de cierto momento una productividad inferior a la del acrecentamiento precedente, ya que con el aumento del número de obreros se reduce la magnitud del capital que corresponde a cada obrero y, por tanto, desciende la productividad del trabajo.
        El nivel del salario viene determinado por el producto del último acrecentamiento, el menos productivo, del trabajo o por la llamada productividad marginal del trabajo. Al contratarse más obreros (por encima de su número “marginal”), el valor que produzcan será inferior a los gastos en pago de su trabajo. Esa es la razón de que la contrata de semejantes obreros sea desventajosa para los capitalistas.
        Al objeto de probar que el salario de los obreros viene condicionado por el nivel del pago del obrero “marginal” se pone en juego la teoría subjetivista de la “utilidad marginal”, con arreglo a la cual, existiendo varias unidades de mercancía de igual utilidad, el valor de cada unidad no puede ser superior al de la que satisface la demanda menos imperiosa. El obrero “marginal” es la unidad de trabajo respecto de la cual existe la demanda mínima. De ahí que su remuneración determine al salario de todos los obreros.
        Visto que el valor del producto del trabajo rendido por cada obrero excepto el “marginal” supera el valor que crea este último, y el pago de cada obrero corresponde al valor mínimo del producto del trabajo del obrero “marginal”, se forma, como es natural, una diferencia considerable entre el valor del producto global rendido por todos los obreros y su salario total. Esta diferencia, según la teoría de la “productividad marginal”, va a parar a manos del capitalista en calidad de “remuneración por el capital”. Así pues, la teoría de la “productividad marginal” está llamada a justificar el alto nivel de las ganancias de los capitalistas y el bajo nivel de los salarios de los obreros. Dicha teoría trata de descargar la responsabilidad por el bajo salario de los obreros sobre los obreros mismos, por cuanto el crecimiento numérico de la población obrera, según se pretende, rebaja el nivel del salario del obrero “marginal”.
        Las tesis de partida, que forman la base de la teoría de la “productividad marginal” son insostenibles y no resisten el menor contacto con la realidad. Ante todo no es cierto que el capital materializado en medios de producción crea valor de por sí. La única fuente de valor y, por tanto, de ganancia, es el trabajo. Tampoco es justa la otra tesis de la teoría: la de la productividad decreciente del trabajo, a medida que se contratan más obreros. Esta tesis pasa por alto el desarrollo de las fuerzas productivas y el progreso técnico, en medio del cual suele registrarse la incorporación de mano de obra suplementaria a la producción. El progreso técnico no conlleva el descenso de la productividad del trabajo, sino su ascenso. No se ha podido probar tampoco la tesis de la igualdad de los salarios de todos los obreros al “producto mínimo del trabajo” del obrero “marginal”. Finalmente, las condiciones de la competencia “perfecta» o “pura”, a las que se aplica el análisis en la teoría de la “productividad marginal” se contradicen con la realidad contemporánea, que se distingue por la dominación de las grandes agrupaciones capitalistas.

                                       CONCEPCIONES MARGINALISTAS
                                       DEL SALARIO CONTEMPORÁNEAS

        Los marginalistas contemporáneos quieren coordinar la teoría de la “productividad marginal” con las condiciones creadas en la economía del capitalismo contemporáneo, ante todo con la dominación de las grandes agrupaciones capitalistas (los monopolios) en las distintas esferas de la producción social.
        A juicio de los marginalistas, en esas condiciones, el salario debe ser inferior al logrado bajo la libre competencia. A fin de justificar la ofensiva de los capitalistas sobre el nivel de vida de los obreros, los marginalistas adaptan el concepto “productividad marginal” a las condiciones contemporáneas. Insisten en que, en el presente, la firma capitalista que posee una posición monopolista en la producción y la comercialización de determinadas mercancías, al contratar a nuevos obreros para ampliar la producción, puede calcular de antemano qué número de nuevas unidades de mercancía se presentará en el mercado (lo que no podía cada capitalista individual bajo la libre competencia) y hasta qué punto bajarán los precios debido al aumento de la oferta de mercancías, Por esa razón no se puede fijar el salario del “obrero marginal” partiendo de los precios dominantes en el mercado en el momento de su contrata.
        Para ver hasta qué punto conviene ampliar la producción de mercancías mediante la contrata de más obreros, la firma debe calcular primero los perjuicios que sufrirá a consecuencia de la venta de las mercancías a precios más bajos. Y el salario debe fijarse habida cuenta del llamado “ingreso marginal” del capitalista, es decir, del ingreso que queda tras deducirse los perjuicios debidos a la rebaja de los precios que afecta tanto a la producción suplementaria como a toda la producción obtenida antes por la firma. Si los obreros siguen forzando a la compañía a que eleve los salarios por encima del nivel que impone el ‘‘ingreso marginal’’, la firma reducirá el volumen de la producción y despedirá a una parte de los obreros, los cuales se irán a las ramas en que rige la competencia, ejercerán allí su influencia en el mercado de fuerza de trabajo y bajarán los salarios de los obreros ocupados en ellas.

        Las adiciones de los teóricos contemporáneos del marginalismo a la teoría de la “productividad marginal” no han elevado en lo más mínimo su valor teórico.
        No han afectado en absoluto los fundamentos teóricos y metodológicos de la teoría “clásica” de la “productividad marginal” y, por tanto, los vicios cardinales de esta última siguen siendo propios de su modificación contemporánea. En particular, las disquisiciones de los marginalistas contemporáneos, al igual que las de sus predecesores, se asientan en la tesis del nivel invariable de desarrollo técnico, lo que no tiene nada que ver con las regularidades de la competencia capitalista, incluida la que se registra bajo el capitalismo contemporáneo.
        El único elemento nuevo que han agregado los marginalistas contemporáneos a la teoría “clásica” de la “productividad marginal” es la concepción del “ingreso marginal”, que parte del enunciado de que con motivo del descenso de los precios cuando la firma amplía la producción y la comercialización de las mercancías disminuye la renta capitalista por unidad de producto. Ahora bien, incluso en los casos en que se da semejante descenso, éste suele compensarse con el crecimiento de dicha renta debido al aumento de la producción y las ventas de las mercancías. Este fenómeno, de valor decisivo en la competencia entre las grandes agrupaciones capitalistas, les quita todo fundamento a las afirmaciones de los marginalistas acerca de la necesidad de rebajar los salarios de los obreros en las condiciones contemporáneas. A lo dicho se puede añadir sólo que, en la vida práctica, los capitalistas, incluso al ampliar la producción, no rebajan los precios, sino que los suben, con lo cual aumentan sus rentas.
        Las teorías de los marginalistas contemporáneos, al igual que las de sus predecesores, descansan en modelos construidos artificialmente, que no reflejan los procesos reales que se registran en la economía capitalista. De hecho, estos modelos se limitan a examinar la conducta de una u otra firma y no afectan a todo el conjunto de los nexos socioeconómicos. Por eso también las conclusiones que saca la mayoría absoluta de los adeptos al marginalismo contemporáneo partiendo del análisis de estos modelos están lejos de responder a la realidad. Revisten un carácter apologético a todas luces. Casi todos los marginalistas contemporáneos procuran convencer a los trabajadores de que el bajo nivel de sus salarios, lo mismo que el alto nivel de los ingresos de las firmas capitalistas, vienen condicionados objetivamente. Se procura, además, inculcar a los trabajadores la idea de que no tiene sentido luchar por el aumento de los salarios. Esta lucha puede aportar a un reducido grupo de obreros nada más que una ventaja efímera que, en lo sucesivo, se verá reducida a la nada bajo el efecto de fuerzas opuestas condicionadas por las leyes de la competencia capitalista. Empero hasta la ventaja efímera que logran unos u otros grupos de la clase obrera en su lucha por el aumento de los salarios la consiguen al precio del empeoramiento de la situación de la parte restante de los trabajadores, ya que la firma capitalista compensa el aumento de los salarios con el alza de los precios, contribuyendo con ello al desenfreno de la inflación, lo que afecta a los intereses de los trabajadores como compradores. Al propio tiempo se reduce la producción, lo que quiere decir que crece el desempleo y disminuyen subsiguientemente los salarios en las demás ramas de la economía. Por tanto, los capitalistas procuran enfrentar los intereses de un grupo de trabajadores con los de otro grupo. La actividad de los sindicatos, enfilada hacia la defensa de los intereses económicos de la clase obrera, los adeptos de las concepciones marginalistas la proclaman inútil o incluso perniciosa. Según estos últimos, dicha actividad sólo puede impulsar a los capitalistas a proceder a la reducción artificial de la producción, dando lugar con ello a todas las consecuencias negativas inevitables. Así pues, los sindicatos, que bregan por los intereses económicos de la clase obrera, se proclaman poco menos que aliados de las firmas capitalistas en la política de éstos de alza de los precios, culpables del desempleo y la inflación y de otras lacras cardinales del sistema capitalista de producción.

                    CONCEPCIONES DEL
                    “SALARIO REGULADO”

        La teoría-de la “productividad marginal” constituye la base de la concepción del “salario regulado” del economista inglés J. M, Keynes expuesta en el trabajo Teoría general del empleo, el interés y el dinero, publicado en 1936. Keynes establecía una relación entre el volumen de la producción y la ocupación con un determinado nivel de los salarios. Una de las principales tesis de la teoría de Keynes consiste en que, siendo invariable el nivel de la técnica, a unas condiciones concretas de organización y de medios de producción, el volumen de la producción (y de ahí la ocupación) se encuentran en proporción inversa al salario real. El crecimiento de la ocupación sin que aumenten las máquinas y los equipos, conduce, a juicio de Keynes, al descenso de la productividad del trabajo del “obrero marginal” y, por tanto, a la disminución del salario real. Así se explica que los keynesianos estimen que la disminución del salario real por vía de una inflación “moderada” y “regulada” sea un medio de impulsar la ocupación. Los keynesianos contemporáneos recomiendan asimismo que se aplique una política de contención del crecimiento del salario nominal, arguyendo que dicho crecimiento ha de llevar a la reducción de las ganancias y, por consiguiente, debilitará el estímulo a las inversiones; eso ha de originar el descenso de la producción y la ocupación y de aumentar el desempleo. No cuesta trabajo advertir que los partidarios de la teoría de Keynes proponen a los obreros a que se conformen, en aras del ascenso de la ocupación, con el bloqueo de sus salarios y la depreciación inflacionista de los mismos.

                    TEORIA DEL
                    “SALARIO BASADO
                    EN LOS CONVENIOS COLECTIVOS”

        Los representantes de la teoría contemporánea del “salario basado en los convenios colectivos” arrancan de que existen límites máximo y mínimo de salarios base para obreros de una misma especialidad e igual calificación. El nivel de dichos salarios depende de la demanda de fuerza de trabajo y de la demanda de ocupación. La magnitud concreta de las tarifas base dentro del mínimo y del máximo vigentes es resultado de las negociaciones, del convenio entre los capitalistas y los representantes de los obreros y depende de la llamada fuerza contractual de cada parte, es decir, de las fuerzas, los medios y los métodos con ayuda de los cuales cada parte contratante puede hacer frente a la presión de la otra e imponerle sus condiciones u obligarla a aceptar un compromiso.
        La teoría de la regulación de los salarios por medio de los convenios colectivos no responde a la pregunta de qué elementos determinan los límites y las fluctuaciones de las tarifas base. Se considera que en una situación concreta, el nivel máximo de las tarifas a que es capaz de acceder el capitalista puede depender también del miedo de sufrir posible daño en caso de que los gastos en fuerza de trabajo sean demasiado grandes. Y el nivel mínimo de las tarifas puede fijarse partiendo de la estimación del grado de oposición de los obreros al empeoramiento del nivel de vida, de la fuerza de los sindicatos, de las proporciones del fondo de ayuda a los huelguistas, etc.
        En la teoría del “salario basado en los convenios colectivos”, el análisis de los factores económicos cardinales, que determinan el nivel de los salarios, es suplantado con el estudio de ciertos factores sociales que influyen en las fluctuaciones de las tarifas base. Eso se hace con el fin de ayudar al capital y las correspondientes entidades gubernamentales en el trazado de la estrategia y la táctica de oposición a las reivindicaciones de la clase obrera en lo tocante a la elevación de los salarios.
        Una parte de los adeptos a dicha teoría quiere definir los límites de los salarios partiendo de la concepción del “monopolio bilateral” y afirma que los monopolistas en el mercado de fuerza de trabajo no son sólo las compañías capitalistas, sino también los sindicatos. Cuando el monopolista es el capitalista, el nivel de los salarios del grupo de obreros que nos ocupa es inferior al logrado bajo la libre competencia. Y cuando el monopolio en el mercado de fuerza de trabajo pertenece a los sindicatos, el nivel de los salarios es superior al logrado bajo la libre competencia. La concepción del “monopolio sindical” se propone descargar sobre los sindicatos la culpa de los bajos salarios y del desempleo entre los trabajadores no sindicados, enfrentar una parte del proletariado con la otra y sembrar la escisión en el movimiento obrero.

                    TEORIA DE LA
                    “ESPIRAL INFLACIONISTA
                    DEL SALARIO Y LOS PRECIOS”

        La concepción de la “espiral inflacionista del salario y los precios” se emplea activamente para argumentar y justificar la política de “congelación” de los salarios. Con arregló a dicha teoría, la elevación de los salarios, a la vez que aumenta los gastos de producción, conduce forzosamente al alza de los precios, y no sólo en la rama concreta, sino también en las que consumen su producto, es decir, origina un crecimiento general de los precios. El alza de los precios obliga a los obreros a exigir que vuelvan a aumentar los salarios, lo cual, a su vez, da lugar a un nuevo ascenso de los precios, y así sucesivamente. Por tanto, lo que ganan los obreros de la rama en materia de salarios lo pierden unidos a los obreros de otras ramas y a otras categorías de trabajadores como compradores.
        Hace ya mucho tiempo que el marxismo-leninismo ha refutado las teorías vulgares de la Economía política burguesa acerca de que los precios de las mercancías dependen o son regulados por los salarios. En la práctica, el alza de los salarios no influye en el nivel de los precios, sino en el de las ganancias.
        Se ve claramente que la teoría de la “espiral inflacionista” trata de hacer recaer sobre la clase obrera la responsabilidad por el empeoramiento del nivel de vida de los trabajadores. De dicha concepción se desprende que el empeoramiento de la situación de los trabajadores de los países capitalistas no es resultado de la acción de las leyes económicas del capitalismo, sino consecuencia de la lucha de los obreros por el aumento de los salarios. Se considera que los obreros y los sindicatos son poco menos que los culpables de la inflación y las dificultades económicas ligadas a ella. De esta manera se hacen intentos de convencer a los obreros de la necesidad de renunciar a la lucha por la elevación de los salarios.

                                       TEORIA DE LA “COMPENSACION”

        En los últimos años se trabaja intensamente en los países capitalistas para hallar nuevas concepciones teóricas y medidas prácticas que la burguesía pudiese emplear (y ya emplea) con el fin de incrementar la explotación de la clase obrera y, a la vez, para argumentar ideológicamente los nuevos métodos de explotación. Las nuevas concepciones encuentran aplicación bajo la bandera de la llamada “humanización del trabajo”, de “elevación de la calidad de la vida laboral”, etc. Parte integrante de dichas doctrinas y medidas prácticas relacionadas con ellas es la llamada teoría de la “compensación”. De conformidad con ella, el salario se emplea sólo en la satisfacción de las necesidades fisiológicas, para lo cual es suficiente del todo. Y no se debe hablar de elevación de los salarios, sino de la satisfacción de las demandas emocionales y sociales, lo que se puede conseguir asegurando determinado estado social (por ejemplo, concediendo a los obreros más calificados el estado de empleados con los privilegios que de ello se desprenden, pasándolos a trabajar a sueldo mensual y ofreciendo a los obreros la posibilidad de “participar en la gestión”, garantizándoles determinados bienes al terminar el período de actividad laboral, etc.).
        Una variedad de esta teoría es la de la “compensación flexible”, de conformidad con la cual el salario debe contar con las necesidades individuales de los obreros y empleados dimanantes de la edad, el estado civil y otros factores.
        Con tal motivo se propone que en la remuneración de la fuerza de trabajo se tengan en cuenta los deseos del propio trabajador, se le conceda la posibilidad de cobrar una parte de los recursos en metálico, en forma de salario, y la otra, en forma de los llamados pagos postergados: la llamada participación en las ganancias, pensiones, subsidios, etc. Así, en lugar de aumentar los salarios se ofrece la perspectiva de pagos postergados.
        De suyo se entiende que la verdadera situación de la clase obrera en la sociedad depende de la relación que guarda respecto de los medios de producción, y no de unos u otros cambios fantasmagóricos de su “estado social”, de las formas de salario, de la estructura de éste o de los métodos de pago del mismo.
        Es muy sintomática la evolución de las teorías burguesas del salario desde los intentos, aunque malogrados, de la escuela clásica burguesa de la Economía política de poner al descubierto la esencia del salario y las leyes de su dinámica hasta las concepciones vulgarizadoras en las que se pretende hacer pasar por teorías numerosas banalidades seudocientíficas conjugadas con la renuncia abierta a cualquier análisis teórico. La supeditación de las teorías económicas a la política antiobrera de los Estados imperialistas y a las necesidades prácticas de los monopolios, la desvergonzada apología al capitalismo y los intentos cada vez más rebuscados de velar el descenso de los ingresos reales de los obreros, tal es la bochornosa meta a que han llegado hoy los representantes de las concepciones burguesas del salario.


1 C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, pág. 550.
2 Véase C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, pág. 566.
3 V. I. Lenín. ¿A qué herencia renunciamos? O. C., t. 2, pág. 526.
4 C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, págs. 208-209.